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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Cuando asomó el brazo y la cabeza, lo primero que dijo Víctor fue que tenía sed y que casi no podía respirar. El niño fue aplastado por una barda de la escuela Enrique Rébsamen, en la que se imparten clases de preescolar, primaria y secundaria, que se derrumbó en la delegación Tlalpan de la Ciudad de México. Un soldado lo rescató.
De entre los escombros, los rescatistas que llegaron después del sismo de 7.1 grados, levantaban la mano cada 10 minutos y cerraban el puño para pedir a los voluntarios guardar silencio. Fue en una de esas acciones que encontraron a Víctor, a quien le pasaron una manguera de oxígeno para ayudarle. Víctor nunca lloró, mostró entereza, preguntó por sus papás y por dos de sus amigos.
Los militares le explicaron que sus papás estaban bien, preocupados por él pero bien. Sobre sus amigos, le dieron la misma versión, y siguieron los trabajos de rescate.
En al menos 30 ocasiones más, los vecinos de la colonia Prados Coapa 2ª sección, gritaban para alertar a los padres de los niños del colegio Enrique Rébsamen que éstos eran rescatados uno por uno. Hasta las 20:00 horas del martes los vecinos que iban sacando los cuerpos sin vida de los niños, reportaron un total de 25 muertos; 21 de ellos niños y cuatro adultos, profesores que trataron de salvarlos y perdieron la vida en el intento.
WhatsApp abrió esperanza.En la zona se fue la luz, no había líneas telefónicas ni servicio en celulares. Sin embargo, el milagro ocurrió: Fátima, con la poca pila que tenía su teléfono celular empezó a enviar whatsapp a sus familiares. “Estoy bien, estoy con otros cuatro niños atrapados, ayúdennos, tenemos sed”; fue el mensaje que recibieron los papás de la menor seis horas después de que la escuela colapsó. El mensaje les dio esperanza y los alertó: “¡Mi hija está viva, ayúdenla por favor, por el amor de Dios, está viva!”, se desgarraba Perla, madre de Fátima.
En el anfiteatro improvisado en la escuela Rébsamen, donde los pequeños quedaron atrapados al derrumbarse uno de los dos cuerpos principales del plantel, todo era tristeza, pesar, el horror de los padres que miraban los cuerpos de sus hijos cubiertos de muerte. La tarde fue de pura tristeza. Los niños estaban a unos minutos de terminar la jornada diaria cuando el suelo a sus pies se cimbró y tiró el área de talleres del plantel de tres pisos.
“¡Dios mío!”, “¿Por qué?”, “No es justo”, “¿Por qué a mí?, clamaban los padres, inconsolables.
Al anochecer, algunos padres de familia fueron saliendo de las instalaciones en compañía de otros familiares, abrazados por personal de Sedena, Semar y Protección Civil. Entre las 17:00 y las 21:00 horas fueron rescatados cuatro niños: Sergio Ramírez, Miriam Rodríguez, Diego Hernández Ramírez... y Fátima.
Cada que se lograba un rescate, estallaban los aplausos, pero la alegría sólo duraba unos segundos. Después, a volver al trabajo, porque otros esperaban entre las ruinas.
Las listas que han recabado los rescatistas dan cuenta de 60 niños que fueron sacados de entre los escombros. Algunos estaban con vida; otros fallecieron. En medio de la tragedia, se manifestó la solidaridad de vecinos y voluntarios que fueron llegando desde las 13:30 horas para apoyar, en lo que fuera, pero apoyar en algo. Había médicos, enfermeras, estudiantes de ambas disciplinas, paramédicos, albañiles, electricistas, vecinos, todos, con el único afán de salvar vidas.
Llegaban a pie, en camionetas de redilas cargadas hasta el tope, en bicicleta. Como herramientas llevaban sus palas, picos y mazos.
Primero entraron y de mano en mano; luego, con carritos del supermercado, sacaban el escombro; se pasaban cubetas vacías que regresaban cargadas de piedras y pedazos de concreto y varilla.
Sobre División del Norte, a un kilómetro del derrumbe, vecinos salían con pancartas en las que llevaban escritos los artículos que se necesitaban con más urgencia: insulina, epinefrina, gasas, máscaras pediátricas, oxígeno, bidones de gasolina, lámparas, linternas, reflectores, luces, pilas y focos.
A lo largo de la avenida, vecinos organizaron cadenas humanas, con las que iban acercando polines, palas. Los brigadistas recibieron apoyo de operadores de trascabos. La Marina Armada de México también incluyó el uso de binomios caninos para la localización de sobrevivientes.
Los estudiantes de Medicina que estaban en el lugar armaron espacios para dar atención a los niños que no pudieran ser trasladados de emergencia a los hospitales Ángeles Acoxpa, Ángeles del Pedregal y el Hospital Naval.
Cientos de rescatistas, trataban desesperadamente de salvar a los alumnos que quedaron atrapados en la escuela.
Elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional y de Marina, de la Policía Federal, Seguridad Pública y Protección Civil de la Ciudad de México actuaban en colaboración con los voluntarios, removiendo escombros e improvisando camillas con pupitres, para atender a los lesionados.
Médicos del Hospital General Naval coordinaban los trabajos en la carpa en el patio de la escuela.