Una desolación brutal en las calles. Zonas extrañamente desiertas. Lugares callados, como un cementerio. Las taquillas del Metro cerradas. Los vagones semivacíos. Un aire de anormalidad cayendo sobre la Ciudad de México.

En avenida Juárez quedaban aún las pintas del 8M, la marcha histórica de las mujeres: “El miedo va a cambiar de lado”, “Estado feminicida”, “Ni una más”, “Se va a caer”, “Nos están matando”.

Estaban todavía esos nombres, escritos como si fueran gritos: Fátima, Lesby, Marichuy, Valentina…

No obstante, a diferencia del domingo, ahora en el centro no había mujeres, lograron borrarse casi por completo de las calles. Los titulares que pendían de un puesto de periódicos acentuaban de manera unánime el toque trágico.

Excelsior: “Miles claman ‘Ni una más’”. EL UNIVERSAL: “Protestan y hacen historia”. Milenio: “Ellas cimbran México”. El Financiero: “‘Ni una más’, grito de miles”. Crónica: “Muestran su fuerza y exigen igualdad”. La Jornada: “Claman miles de mujeres: basta de impunidad”. El Sol de México: “‘Vivas nos queremos’, fue el canto que se elevó”.

En gran parte de los restaurantes no había más que meseros. En los bancos se avisaba a los clientes que el tiempo de espera para pasar a ventanilla era de por lo menos una hora. Filas de hasta 20 minutos se hacían ante las máquinas del Metro. En Eje Central se veía pasar a las unidades del Metrobús con buenas cantidades de asientos desocupados.

En un tramo de la calle Bolívar, que hasta los primeros años del siglo XX se llamó calle del Coliseo, se publicó en 1873 el primer periódico fundado por mujeres: Las Hijas del Anáhuac. Lo redactaban profesoras y alumnas de la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mujeres.

Era un semanario cuyo precio era de seis centavos. Lo dirigían Guadalupe Ramírez, Concepción García y Josefa Castillo. En sus páginas se publicaban poemas, historias ficticias, monografías históricas, una cartelera teatral, así como consejos de belleza y de asuntos domésticos.

El rotativo denunció en su primer número “el yugo de la opresión, la indiferencia” como “premio por tanto amor y ternura”. Duró sólo tres meses. Cuando una de sus colaboradoras calificó como un acto de cobardía el suicidio del poeta Manuel Acuña, los “periódicos serios” se le echaron encima. El Siglo Diez y Nueve denunció a la autora como “una joven baja de inspiraciones y con una arrogancia propia de quien no tiene talento ni experiencia”.

“¡Quizá más tarde!”, escribieron las redactoras de Las hijas del Anáhuac en su editorial de despedida.

Camino 150 años más tarde por el lugar en el que aquellas jóvenes fueron aplastadas. En un local de tacos y quesadillas hay un hombre echando tortillas frente a un comal. “No vinieron hoy las empleadas, pero aquí estamos al tiro”, dice.

Las mujeres se han esfumado también de algunas de las tiendas, los cafés, los negocios que hay en la calle, pero no de todos. Algunas cubren el horario de siempre y conversan en voz baja como si se sintieran fuera de lugar.

—¿Por qué no hicieron paro?

—Pues… porque no nos dejaron —menciona una de ellas, con una risa nerviosa.

En la calle República de Chile, la célebre vía de las novias, buena parte de los comercios mantiene las cortinas cerradas; sin embargo, dos o tres están abiertos.

—Ni modo. Qué más hubiera querido, pero no me puedo dar el lujo de que me descuenten el día —confiesa una joven.

En las redes sociales desfilan imágenes de oficinas, salones de clase y redacciones vacías. Los noticiarios y los programas de televisión aparecieron sin mujeres. Los espacios públicos están desolados.

En 1916, Hermila Galindo, secretaria del presidente Venustiano Carranza, dirigió una carta al Congreso reclamando igualdad para las mujeres, tanto en la vida pública como en la privada.

Con el apoyo del gobernador Salvador Alvarado, ella organizó los primeros congresos feministas que hubo en México; al celebrado en Mérida a fines de ese año asistieron más de 600 delegadas. ¡Lo nunca visto!

Durante la conferencia inaugural, Hermila Galindo sostuvo que las mujeres poseían impulsos sexuales tan poderosos como los de los hombres, y que, por tanto, debían tener acceso a conocimientos relacionados con su cuerpo: anatomía, higiene y fisiología.

A lo largo del Congreso, para escándalo de la nación, se discutieron los derechos de las mujeres al amor libre, también sus derechos sexuales y reproductivos.

Por instigación de Galindo se reformó el Código Civil y se permitió algo hasta entonces impensable: que las mujeres pudieran firmar contratos, tomar en parte en demandas legales… tener los mismos derechos que los hombres en cuanto a la custodia de los hijos.

Tras el asesinato de Carranza soplaron nuevos vientos y mucho de eso se apagó.

Atravieso la ciudad hacia la dirección Río Lerma 35, donde estuvo la casa de don Venustiano, que fue también espacio en el que Hermila Galindo dio su lucha.

Ha pasado un siglo desde aquello; no han cesado las historias de terror en el país; sin embargo, en las calles de la alcaldía Cuauhtémoc, oficinas y negocios lucen vacíos.

Las clases se suspendieron. En las inmediaciones del Monumento a la Madre hoy no hay madres, y las pocas mujeres que caminan llevan un distintivo morado.

En dos jornadas memorables, ellas lograron que la ciudad fuera distinta. Ese par de fechas, vividas sin líderes, caudillos ni acarreados, conforman los días más trascendentes en muchos años de la vida social cultural de México. También el 9 de marzo fue un día histórico.

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