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Tlahuelilpan, Hgo.— “Los soldados no metieron las manos para ayudar a la gente”, acusó José Luis desde el Ministerio Público de Mixquiahuala, en Tlahuelilpan, Hidalgo, en donde acompañaba a su cuñada para reconocer el cuerpo de su esposo.

Aunque reconoció que las circunstancias no eran las adecuadas para los militares, un grupo de al menos 30 efectivos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) no pudo contener al grupo de más de 600 personas que, describió, se abalanzaron hacia el combustible.

“No podían, eran muy pocos para detenerlos, pero después no hicieron nada”, agregó tras recordar que se enteró de la fuga de gasolina de una toma clandestina en ese municipio mexiquense desde la tarde del viernes.

Aunque él no participó en el llenado de bidones o garrafones, se acercó y vio cómo el caudal de combustible alcanzó una gran altura, lo que provocó que el número de personas aumentara a cada minuto.

Fue cuando se estaba retirando que escuchó el estallido y regresó de inmediato. En su camino notó la presencia de las autoridades militares, pero no le impidieron el paso y llegó hasta la milpa en donde la columna de fuego tenía una altura de más de 30 metros.

A medida que caminaba sobre la llanura, José Luis se encontraba a la gente que entre llamas y con la piel quemada, pidiendo auxilio.

Después de sujetar a un señor y llevarlo unos metros lejos del lugar del siniestro, José Luis recordó que lo colocó sobre el suelo y enseguida el hombre falleció.

“Decía que estaba bien, que estaba consciente, que estaba tranquilo, pero casi enseguida falleció, ya no respiraba”, lamentó.

A pesar de eso regresó a la zona de la tragedia en más de 10 ocasiones para tratar de sacar al mayor número de personas y entregarlas a los rescatistas, pero cada vez era más difícil.

También buscaba a un par de familiares, pero no podía evitar brindar ayuda a los que lo necesitaban, con lo que reconoció que las esperanzas de encontrar a sus propios conocidos eran pocas.

“La gente gritaba: ‘¡Me voy a morir!’”. En tanto, a la orilla de la carretera, Jorge, de alrededor de 65 años, mira al horizonte; dice que piensa qué hacer, dónde buscar a sus tres sobrinos. Su mirada se nubla al recordar la explosión que el viernes por la tarde abatió a su municipio y dejó un cementerio ardiente, calcinado.

Cuenta que la noche del viernes no pudo dormir, en su mente, externa, pasan las imágenes de la gente que gritaba, que pedía ayuda: “¡Me voy a morir, ayúdeme!”.

—¿Qué le puedo decir?, fue una cosa horrible, no hay palabras que alcancen a trasmitir lo que sucedió—, afirma consternado.

Al igual que José Luis, comenta que por la tarde empezó el movimiento en el pueblo, una fuga de combustible ocasionó que la gente saliera con garrafones y cubetas para recoger el líquido inflamable que brotaba a borbotones de la grieta del ducto; señala que la gente salió de manera irresponsable, incluso, recuerda que algunos adultos llevaban consigo a niños.

Externa que la fuga de gasolina se registró como a las cinco de la tarde, así pasaron dos horas, tiempo en el que la gente se mantuvo empapada de combustible, antes de que sobreviniera la tragedia. “La gente pasaba, yo estaba en mi casa y fue después que me dijeron que mi hija y mi nieta se habían ido a la toma... como pude, corrí a buscarlas”.

Antes de la explosión llegó al lugar que se encuentra a sólo unas calles de su casa; sobre la carretera y a la orilla de las milpas encontró a su hija y a su nieta; habían pasado sólo unos minutos y de manera repentina un estruendo iluminó el cielo.

“Primero, no subió la lumbre, sino que se fue recta, se fue por toda la zanja donde estaba el combustible y luego ya subió, lo único que hice fue tratar de aventar a mi hija lejos y luego todo era gente corriendo, gritando y llorando.

“Veíamos cómo corrían incendiados, la gente les gritaba que se tirara a la alfalfa, pero en su desesperación sólo corrían, pedían ayuda, luego todo se convirtió en locura por la falta de ambulancias y de ayuda. Las personas comenzaron a transportar a los heridos en sus propios vehículos” .

Jorge apunta que los militares estuvieron más de una hora sin hacer nada, sólo vigilaban, nunca se trató de acordonar o sacar a la gente, “ellos sólo tomaban fotos y dejaban pasar a los vecinos”; piensa que si ellos hubieran actuado, hoy la historia sería diferente.

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