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Ignacio le prometió a su hija Ximena que terminaría la escuela y que dejaría de tomar en fiestas con sus amigos. Actualmente estudia mercadotecnia en una universidad en línea. Había dejado sus estudios por trabajar para darle una vida mejor.
Las últimas semanas estuvo enojado con Nayeli, su ex esposa, porque ni a Ximena ni a Julián, primer hijo de Nayeli, los había llevado a la escuela. El martes 19 de septiembre le llamó para pedirle que ese día sí los llevara, pero ella los dejó en casa, encerrados y se fue a trabajar.
Ese mismo día, en punto de las 13:14, el edificio 1-C del multifamiliar de Tasqueña colapsó con los dos pequeños dentro del departamento. Los vecinos de Ignacio, quienes lo conocen desde que era niño, lo han visto ir y venir del albergue que se instaló en las canchas de basquetbol de la unidad.
Al momento que cuenta su historia, está sentado en una banca con la mirada fija a ninguna parte y con sus manos peladas por retirar piedras. Juguetea con un cuchillo de plástico. A pesar de la muerte de su hija, dice que le cumplirá la promesa de terminar la universidad y dejar de tomar en fiestas.
En un recorrido de EL UNIVERSAL por los alrededores del multifamiliar se pudo constatar tristeza, desorganización, enojo e impotencia.
Los mismos vecinos se cuidan unos a otros, pasan preguntando si todo está bien, si a alguien le hace falta algo; si se les pregunta por alguien, mencionan que no lo han visto, que dejaron de saber de esa persona en cuanto le dieron el cuerpo de su familiar, se trata de una medida de seguridad entre todos y el último acuerdo al que llegaron fue no hablar con los medios.
Algunas personas discretamente denuncian el robo de los víveres que los ciudadanos han llevado a los centros de acopio, desorganización e indiferencia de las autoridades. No hablan de más, cuidan de decir no más que lo obvio, los problemas para asearse, para dormir, lo bien que se han portado los vecinos de colonias contiguas y nada más.
En el albergue improvisado destaca la tienda de campaña de Reyna Brito. Su “casa”, como ella la llama, es la más ordenada de todas y tal vez por eso la deja abierta. Ella se posa a un lado con una sonrisa más de esperanza que fingida.
“Mis hijos se van, mi niña que tiene 18 [años] se la pasa con las amigas de la unidad y el chiquito se la pasa en la ludoteca. ¡Me dejan sola! Una señora me dijo: ‘¡Qué bonito arregló tu hijo sus juguetes!’, y que le digo que fui yo porque me aburro un poco”, compartió.
Reyna es recepcionista en un hotel, al igual que su esposo, ella no ha ido a trabajar por estar pendiente de qué novedades les tienen sobre sus edificios que si bien no colapsaron, presentan fallas graves.
“En esta tienda dormimos mi hijo y yo, mi niña duerme enfrente con una amiguita, es lo bueno, y mi esposo tiene el turno de la noche en su trabajo, lo que es mejor”, dice.