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juan.arvizu@eluniversal.com.mx
Ni emergencia, ni reconstrucción por el terremoto de hace una semana y un día; ni vida regular, ni pasmo. Las confusiones afloran en todos lados de la gran Ciudad de México, más extensa, más poblada que en 1985. ¿Llevar o no a los hijos a la escuela? ¿Poder o no habitar de vuelta el departamento ? ¿Habrá condiciones sanitarias para lugareños y rescatistas? Ser o no ser, esa es la cuestión.
La reacción ante la emergencia, sobrada en los primeros días, en la entrega de donativos en especie, amaina ahora con señalamientos de los centros de acopio, que sin embargo precisan la ayuda específica necesaria, como pueden ser artículos de aseo personal, ropa interior para quienes ocupan albergues.
En su sede de Polanco, la Cruz Roja es el centro de concurrencia de la voluntad de miles de personas, en jornadas intensas, las cuales ya quedan para la historia; el ritmo es pausado, se requiere menos apoyo.
Hay, para semanas, reservas de agua embotellada y víveres enlatados en los múltiples centros de acopio de la ciudad.
La capital y sus extremos quedan a la vista en la tragedia. Damnificados y afectados de las colonias del Valle, Narvarte, Roma, Coapa, de perfil de clase media, enfrentan el problema de no poder ocupar sus edificios dañados.
A kilómetros de distancia, los barrios de Xochimilco, por una pipa de agua, los vecinos se organizan, detienen esos vehículos y se abastecen por la fuerza. Se reportan hechos en los que con piedras se obstruye el paso de autos, aun cuando se trasladen con protección policiaca. Varios estados de ánimo están ocultos y emergen con llantos en las consultas que fueron solicitadas por algún problema de salud física y que derivó en tratamiento sicológico. Son los efectos del sismo.
Distintas latitudes de la ciudad muestran los problemas citadinos, con embotellamientos vehiculares. Han vuelto las “horas pico” para los automovilistas, si bien todavía se percibe un tráfico menor en las zonas escolares, donde hasta ahora no se había vuelto a clases, por la cercanía de derrumbes en los que todavía trabajan brigadas de remoción de escombros.
Han sido dos ciudades las que fueron sacudidas por la fuerza telúrica. Por una parte están los escenarios más urbanos del centro sur, que se dejan envolver por la normalidad. La gente está de nuevo en sus actividades productivas, los establecimientos comerciales regularizan su oferta y servicios. Quizá hagan falta carritos en los supermercados y que fueron utilizados para arrastrar escombros, en los primeros días de la emergencia.
Por Xochimilco, los vecinos recorren las calles en las que se observan deterioros debidos al movimiento telúrico, con tambos que llevan en diablos para acercarse a puntos de abasto de agua, indispensable para el aseo personal y la limpieza general. Por esto hay un ambiente de caos y disputa, como es el tono del día en San Gregorio.
La remoción de escombros descansa en el esfuerzo de voluntarios que se movilizan a la zona, hacia donde se dirigieron abastos de alimentos por la emergencia, los vecinos no han aceptado que se levanten censos de entrega de despensas.
Hacia el límite de Iztapalapa y Tláhuac, la expansión urbana popular también reciente daños materiales por el sismo del martes 19. En la colonia Del Mar se observan escenarios de abandono, con apuntalamiento de muros con polines, y el tendido de cintas amarillas o rojas, y los lugareños esperan los arreglos oficiales para la reconstrucción.
Una semana y un día después, la Ciudad de México con rapidez deja atrás la emergencia.