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En medio del coronavirus y restricciones sanitarias , justo cuando se avecinan días cruciales de la pandemia, cuando vamos hacia el pico de contagiados, se juega la vida el comercio informal que recorre calles de la Ciudad de México en vehículos de dos, tres y cuatro ruedas, sin motor.
Habían dejado de circular. Han vuelto quienes evidentemente tienen un negocio ajeno al catálogo de actividades esenciales autorizadas. Arriesgan la salud de ellos y sus clientes. Se exponen a que personal de alcaldías los sancione y los retire de la vía pública.
Primero escuché al de la camioneta que compra colchones, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas y fierro viejo para revender. Me pregunté: ¿alguien se atreverá a dejar su encierro para llamarlo y ofrecerle artículos inutilizados? La camioneta pasó de largo frente a mi edificio con su bocina y con la voz grabada de una mujer como anunciante. El peregrinar se ha repetido.
¿Está incumpliendo el acuerdo de la autoridad? No lo hace por gusto, ni por violar una disposición administrativa o desobedecer a quienes ordenaron la medida. Lo más seguro es que sus bolsillos están vacíos o a punto de quedarse vacíos y en la alcancía no queda nada. Trabajas o no comes. Preocupado, desesperado y angustiado por la caída del ingreso. Sin duda está más expuesto al contagio, sobre todo si no trae tapaboca , ni careta ni guantes.
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Igual es el caso del que vocea “tamales calientitos”. Ya lo escucho por las noches, otra vez. Desde la ventana observo que no falta quien le salga al paso y le pida uno oaxaqueño, acompañado de atole o café. Ahí va en su triciclo, en acostumbrado recorrido. Dejó a “Su-sana-distancia” en casa.
También está de nuevo en la calle el que recopila periódicos y cartón . Y el carrito de los camotes y plátanos suena su silbato como si fuera una locomotora, para atraer a su clientela.
Los que se han mantenido en la calle, desde el primer día de la emergencia, son los músicos. A a veces es el trompetista; otras, los marimberos o el organillero. Suertudos, desde el balcón y la ventana les avientan dinero, para no romper la regla de la sana distancia.
Me tocó escuchar a un trompetista que accedió y acompañó al vecino que tocaba en su casa, en su teclado, “Cielito Lindo”. El premio fue un billete de veinte pesos para el itinerante.
Pareciera que no tienen otra alternativa, forman parte del trajín citadino, personajes del folklore de la CDMX, algunos sin importar ser de la tercera edad, los más amenazados por el coronavirus. Se juegan la vida en la calle, por hambre.
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