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En este pueblo de Guerrero la atmósfera de desastre es permanente: la vida transcurre a medias, los pobladores no terminan de limpiar los escombros, levantan las paredes tumbadas, los techos colapsados. Las calles están invadidas de voluntarios que también limpian, que reparten despensas, ropa, agua.

Antenango del Río, en la región norte, es el municipio más afectado de Guerrero por el terremoto del martes. La Secretaría de Protección Civil tiene un registro de unas 350 viviendas dañadas y muchas de ellas deberán ser derribadas.

El sismo de 7.1 cimbró la vida en este pueblo, la alteró. Muy pocos se han reincorporado a su trabajo, los niños no van a la escuela, el único hotel no tiene huéspedes y en la iglesia no se escuchan rezos.

Lo que sí hay es mucha ayuda. Camionetas, carros, camiones llenos de estudiantes recorren las calles buscando a quién ayudar, a quién entregarle un bote con agua, un kilo de arroz o frijol.

Como ha pasado en muchos lugares siniestrados por el terremoto, los ciudadanos voluntarios superaron la actuación de las autoridades. Casi no se ven funcionarios censando las casas o a los damnificados.

“Nos ha llegado mucha ayuda, de eso no hay duda, pero hemos tenido problemas con los trabajadores del ayuntamiento, que reparten a cuentagotas o con sesgo”, dice una mujer que está afuera de su casa porque las paredes no resistieron el temblor.

Muchos de los pobladores esperan que alguien les diga si su casa es habitable o no. Otros no esperan esa respuesta, que puede ser obvia, pero quieren saber cómo acceder a la ayuda y quién los apoyará para reconstruir lo dañado.

En la esquina de la calle Insurgentes y Río Grijalva está la familia Valle Tapia. Son las tres de la tarde y todos comen debajo de un ciruelo. La casa está sin techo y casi todas las paredes están a punto de derrumbarse.

Los Valle Tapia conforman en realidad tres familias, encabezadas por tres hermanos que han vivido juntos casi desde siempre. Hace cuatro años vivían a la orilla del río.

Las lluvias de Manuel e Ingrid desbordaron el río e inundaron cientos de casas, entre ellas la suya.

En esa ocasión apenas pudieron tomar lo necesario, mientras llovía enterraban a su madre. Anduvieron viviendo en distintos lugares, hasta que un vecino les rentó una casa en Atenango del Río.

Funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) los censaron y les entregaron un folio, que los acreditaba como damnificados y beneficiarios de la reconstrucción; sin embargo, nunca llegaron los beneficios. Anduvieron dos años preguntando en la capital cuándo comenzaría la reconstrucción de su casa.

Una vez les dijeron que en Sedesol nadie encontraba su registro ni su folio, que en una de las protestas por la presentación con vida de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, se quemó toda la documentación.

Los Valle Tapia se cansaron de pedir respuestas y dieron como concluida su lucha por la nueva casa, pero después del terremoto de este martes piensan regresar a la orilla del río; la casa que han rentado en los últimos cuatro años quedó inhabitable.

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