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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Claudia Guzmán, de 19 años, avanza con lentitud, hincada entre un mar de gente. A cada paso que da se va repitiendo en voz baja “yo puedo, yo puedo, yo puedo”. Lleva en brazos a su hija Flor, de un año de edad. Es el mediodía y el sol está en su cénit; como prueba, por la frente y el cuello de Claudia resbalan gruesas gotas de sudor.
La joven va acompañada por su hermana Esperanza, quien la anima y le pone delante de sus rodillas, un suéter y después otro, en los que Claudia apoya sus rodillas mientras va avanzando, para aminorar el impacto del piso duro y caliente bajo su cuerpo.
Ha caminado de rodillas, cargando a su hija Jazmín, por más de 200 metros; las rodillas le duelen y poco a poco se le van desgarrando los pantalones de mezclilla.
Por instantes se detiene, con su hija en brazos, descansa durante unos segundos y recupera la marcha. En un momento de su trayecto hasta el altar de la Virgen de Guadalupe suda y va llorando; Esperanza le pide que pare y Claudia contesta con decisión: “¡No! Tengo que terminar. Como sea, pero tengo que terminar”.
Para ella no hay sacrificio que valga el agradecimiento que le tiene a la Virgen de Guadalupe puesto que, a su modo de ver las cosas, le permitió escapar con su hija recién nacida y un embarazo del que no sabía de la casa de quien fue su esposo, un hombre violento y conflictivo que los lastimaba.
“Le vengo a agradecer a la Virgen que tengo a mis hijos al lado de mí. Aproximadamente hace tres años me fui de aquí, andaba en un sitio muy malo y, gracias a Dios, la Virgen me trajo de regreso. Entonces, eso es lo que le agradezco. Me escapé y me vine, llegué con mi familia y me recibieron de buena gana. Cuando me vine no sabía que estaba embarazada”, cuenta con la voz quebrada por la emoción.
En esta ocasión es ella quien va hincada caminando, pero el año pasado fue Esperanza que lo hizo para pedirle a la Virgen que le regresara a su hermana Claudia, quien ahora reza agradecida por haber logrado escapar “del infierno”.
Claudia, quien avanza dificultosamente bajo el sol y entre los miles de peregrinos que continúan ingresando a la Basílica, cuenta que dejó la casa de sus padres, quienes viven en Michoacán, para irse a vivir con un hombre que la trató mal durante casi dos años. Ahora les recomienda a otras jóvenes de su edad que “no se vayan con el primer hombre que conozcan”.