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¿Por qué esconder un brote de zika y a los niños que nacieron con microcefalia por esta enfermedad? ¿Por qué la Secretaría de Salud no cuenta los casos sospechosos? Son preguntas que Margarita Durán se hace todos los días.
Entre sus brazos, la mujer de 28 años sostiene a Diego, quien no deja de sonreír mientras ella cuenta cómo cambió su vida desde que le dijeron que su hijo viviría con microcefalia y que el niño no iba a caminar ni a hablar.
Margarita frunce el ceño cuando comenta que en Mazatlán, Sinaloa, hay más niños con microcefalia asociada a zika, pero ninguno está contabilizado por la Secretaría de Salud porque sus casos sólo son “sospechas”; pide que si sigue el brote, las autoridades hagan algo para detenerlo.
“No estamos en ninguna lista, no estamos contabilizados, no recibimos apoyo del gobierno y no sé por qué lo esconden, porque es algo para mejorar en la población, claro que hay zika, un brote, y no tratan de pararlo”, dice.
A las 12 semanas de embarazo Margarita tuvo fiebre, ardor en todo el cuerpo, su piel se puso roja, “con mucho salpullido”, por ello visitó su clínica del Seguro Social, en donde le dijeron que posiblemente tenía dengue, le hicieron unos análisis, pero sólo por ese virus, porque para zika no había reactivos.
Ocho semanas más tarde, a través de un ultrasonido, se percataron de que algo en el desarrollo del niño estaba mal, había más agua de lo normal y los especialistas le informaron que tendría un bebé prematuro extremo con muy pocas posibilidades de vida.
Margarita albergó a Diego en su vientre hasta la semana 34. El 6 de abril de 2017, al nacer el bebé, fue evidente la disminución del perímetro cefálico, le dijeron que tenía microcefalia.
“En el Centro de Salud nos hicieron reactivos para zika, pero salió negativo, después un neurólogo en Guadalajara me explicó que para que los resultados salieran positivos yo tendría que tener el virus activo en mi cuerpo”.
Antes de su embarazo Margarita trabajaba: ahora es ama de casa. Diego va con un neurólogo en Guadalajara, recibe terapias físicas, de lenguaje, deglución, respiración y aunque el gasto es muy elevado, “vale la pena cada avance”, afirma su mamá.