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Zurita Macías llegó al Hospital Ángeles México desde las 8:00 de la mañana, se percató de que su equipo de trabajo estuviera completo y luego visitó a su paciente José para aclararle cualquier duda sobre la intervención que lo ayudará a perder peso. Le explicó que al despertar tendría un ligero dolor en el ombligo y que podría tomar líquidos poco a poco.
“¡Te peinaste!”, grita el médico cuando José Carpintero entra al quirófano en la camilla. Después le pregunta: “¿Qué quieres escuchar?”, el hombre responde: “Algora, la canción se llama Cocodrilo”.
La elección no es al azar, puesto que él toca el trombón y el piano en ese grupo. “¿Y si cuando abrieras la maleta hubiera un cocodrilo hambriento? Ándate con ojo, si no es conmigo es con otro. Eres lo único por lo que estoy aquí”, fue lo último que escuchó antes de que la anestesióloga, Rocío Salcedo, le dijera: “Respira, ya te vas a quedar dormido”.
Todo el equipo está en su puesto. Zurita Macías eleva las manos para que les coloquen guantes de látex y pide a la anestesióloga que no olvide poner a Queen en la playlist.
También enfatiza que una intervención de este tipo requiere un tratamiento multisectorial bien seleccionado.
“Por ejemplo, un balón gástrico me sirve para personas con sobrepeso y obesidad leve, hasta con 25 kilos de más y que tras la cirugía se acompañen con nutriólogo y sicólogo. El paciente debe corregir sus hábitos, porque ninguna operación es milagrosa”, afirma.
Un médico hace el último pase de lista para verificar los datos del paciente.
“Nombre: José Carpintero. Intervención: manga gástrica. Estado de salud: obesidad grado dos y apnea del sueño”, indica.
Entonces, Zurita Macías dice: “Podemos dar inicio”. Son las 09:20 y se apagan las luces.
El abdomen de José quedó descubierto, Zurita, especialista en cirugía laparoscópica, pide los trócares ópticos sin navaja, y con ayuda de Raúl Marín Domínguez, cirujano bariatra, y Orlando Bada, cirujano endoscopista, los introduce en el paciente.
Con la vista fija en las dos pantallas que indican que los trócares entraron con éxito, explica que la manga gástrica consiste en sacar dos tercios del estómago de una persona para disminuir la cantidad de alimentos que necesitará para sentirse satisfecho. Procede a calibrar el estómago con una sonda para formar la manga del tamaño deseado.
“Lo amarillo es grasa”, dice el experto. Con destreza manipula el bisturí que permite sellar los vasos sin que haya sangrado.
“La idea es que esta cirugía sea limpia, por eso tenemos cuidado de no perforar nada y con el bisturí vamos separando la parte del estómago que vamos a cortar”, detalla mientras continúa con el procedimiento.
La instrucción de poner a Queen no fue atendida, en su lugar se escucha: “Esa mujer que hoy es tu pena, suelta, camina y olvida de alguna manera”, en voz de Alejandro Sanz.
Ya pasaron más de 50 minutos. Zurita Macías casi no parpadea, “el estómago está muy pegado al bazo y no quiero tocarlo, por eso tardo, para separarlo con cuidado”, comenta. Cuando logran separarlo cortan la parte que se extirpará usando como guía la sonda que le introdujeron por la boca.
“Voy a usar un instrumento que se llama Endo Stitch, que me permite cauterizar al mismo tiempo que corto el estómago y luego colocaré grapas de titanio”. Después inicia la extracción del estómago. Poco a poco lo que parece una bolsa roja sale por uno de los orificios que hicieron en el abdomen, el cirujano limpia la zona e informa que la operación fue un éxito. “Señores, hemos terminado”.
Salcedo se acerca al paciente, son las 10:30 horas. Empieza un conteo y le dice que la cirugía concluyó: “Todavía estás en el quirófano, pero ya terminamos”.
Las piernas de José se mueven con brusquedad, parece que está desorientado. “Ya acabamos, no te muevas”, le pide la anestesióloga, sin éxito.
Zurita Macías deja de llenar la ficha médica y camina al centro del quirófano. Se pone a la cabeza del paciente, lo sujeta y luego dice con fuerza: “Bienvenido, José, ya terminamos”. Personal del hospital llega por el paciente para trasladarlo a su cuarto y los cirujanos también salen. Cuando la sala de operaciones queda vacía, el reloj marca las 10:45 horas.