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Cuando era niña, la educaron con la idea de que “no servía para la escuela”, pero Berta Hernández demostró lo contrario. A sus 75 años, estudió al hilo dos licenciaturas y una maestría en Derecho.
La impulsa su curiosidad y lo que ella considera un “apetito insaciable” de conocimiento y saberes. Su próxima meta será aprender inglés, convertirse en una experta usuaria del internet y las computadoras, además de ampliar sus conocimientos sobre Física Cuántica. “Estudié Enfermería cuando tenía 18 años, me satisfacía mi carrera, pero yo tenía más apetito de conocimiento, quería saber más. Las escuelas nada más abren sus puertas pero está en uno querer profundizar en lo que te están enseñando, saber un poco más”, contó.
Uno de sus secretos para ser feliz es ser “dócil” ante la vida: dejarse llevar y aceptar las sorpresas. Fue así como, tras un problema legal en el cual estuvo a punto de perder su casa, a los 70 años, Berta decidió estudiar la licenciatura en Derecho para defender su patrimonio.
Cuando se decidió a seguir una segunda carrera, buscó espacio en varias universidades, pero la rechazaban por su edad. Le decían que ya no estaba para estudiar, a pesar de que había cursado varios diplomados en temas tan diversos como las religiones vistas desde la antropología, y arte en piedra de los primeros pobladores.
Encontró espacio en la Universidad del Valle de México (UVM), en la que estudió primero Derecho y después Sicología mediante el modelo de licenciatura ejecutiva, el cual está dirigido a los adultos que buscan terminar o continuar su formación universitaria.
“Siempre me gustó estudiar. Yo tenía otros planes, pero la vida lo lleva a uno por donde ella dice, no por donde uno quiere. Sucedieron cosas por las que yo tenía que aprender Derecho, me intentaron quitar mi casa y después de pasar un año sin solución, dije: ‘Bueno, no me queda más que estudiar’”, contó.
Uno de los retos que se le presentaron fue que parte de los contenidos, tareas y actividades de 13 materias del programa de estudios se tenían que hacer virtualmente. Berta no sabía ni cómo prender una computadora, pero el reto no se convirtió en obstáculo.
Le pidió ayuda a su hijo Abraham, quien la asesoró en lo básico, y todo lo demás fue ensayo y error. “La necesidad es bien motivante para que aprenda uno”, aseguró.
Poco a poco, Berta comenzó a destacar entre sus compañeros, cuya edad promedio era de 32 años. En un principio la veían con curiosidad y le preguntaban si en verdad estaba aprendiendo. Ella contestaba que sí y se esforzaba por demostrarse a sí misma que podía sacar calificaciones de excelencia.
Se decidió a estudiar sicología porque le apasionaba “comprender los misterios de la mente” y entender los problemas que enfrentó a lo largo de su vida como que en su casa durante su infancia, por ejemplo, le dijeran que ella “no era buena para la escuela”.