Para los vecinos de la Colonia del Valle, la primer señal de la tragedia que dejó en las calles el sismo de 7.1 grados Richter registrado el pasado martes, fueron las nubes de polvo que techaron esa parte de la Ciudad de México, donde desplomó el edificio marcado con el número 4 de la calle Escocia, esquina con Gabriel Mancera.
Una madre de familia -que prefirió no dar su nombre- realiza labor altruista desde que se derrumbó ese edificio, pues la cochera de donde vive la ha acondicionado como cocina voluntaria junto con sus familiares y demás vecinos.
La mujer de semblante fuerte, narró a EL UNIVERSAL que otro de los momentos de miedo para ella fue mientras retumbaba el piso por el intenso movimiento telúrico y más aún, cuando se escuchó el estruendo de la caída del edificio siniestrado.
“Es como cuando ves en una película que estalla una bomba. Así se escuchó”, enfatizó.
Pero también, le sembró pánico la oscuridad que originó la polvareda que techó las viviendas, resultado del colapso de la torre de departamentos a cerca de 100 metros de su vivienda.
“Parecía humo, de hecho. Como si fuera un incendio grande, demasiado denso, que luego supimos que eran nubes de polvo. Yo me asomé pensando que era este edificio nuevo de aquí enfrente el que se había caído”.
No titubeó cuando describe que también, al tener su mirada fija hacia la calle, otras de las imágenes más difíciles para ella fue ver las filas de niños de un kínder cercano correr en pánico sobre la calle Gabriel Mancera de esa zona residencial.
“La gente que estaba trabajando en la construcción del edificio de aquí enfrente, enseguida fue a sacar niños y a sacar a la gente que estaba de este lado; obreros de todas las obras salieron a ayudar; gente que se fue al centro comercial para traer y así, todos nos pusimos a ayudar”, destacó.
A estos momentos de terror se han sumado otros vecinos, como José Juan Mejía, quien platicó que no se le va a olvidar que mientras caminaba sobre la calle Escocia para ir hacia su hogar, localizado a una calle del desastre, todo se oscureció.
Más aún dijo, “cuando vi ese monstruo de residenciales caído. No lo podía creer. Parecía que estaba viendo una escena terrorismo y me preocupaba mi esposa que a veces va a al supermercado de ahí cerca a comprar lo de la comida.
“Afortunadamente ella estaba en el dentista con mis dos hijos y no vieron esta terrible tragedia que le ocurrió a los vecinos, que aunque no los conocíamos, la desgracia siempre duele, aunque sea ajena”, remató don José.
Ani Zaval, quien vive desde hace 25 años en uno de los edificios aledaños a la zona cero, cuenta que el inmueble colapsado fue construido desde hace 60 años y que desde que ella recuerda, era habitado por gente de bien, amable y respetuosa.
Tanto doña Ani, como José Juan y la joven madre, son parte de los vecinos voluntarios que han atendido a los brigadistas, a los rescatistas e incluso al personal de la Marina que coordina la seguridad del lugar, la logística y la parte médica de las labores de rescate.
En la zona cero, el peso de las labores de búsqueda de cuerpos y sobrevivientes ha recaído en el grupo de especialistas israelíes y el grupo mexicano de voluntarios mejor conocidos como “Topos”.
Al interior del centro de operaciones y mando, se ve el cansancio de los brigadistas, rescatistas y paramédicos que son atendidos por el personal de la Marina, a pesar de que están en peligro, ya que se encuentra a un costado del edificio en ruinas.
Entre los escombros de lo que fuera un edificio residencial, se escuchan los incansables trabajos de rescate, en donde se advierte que no pararán hasta estar seguros que no haya una sola persona adentro.
“Aunque nos lleve semanas, pero vamos a sacar a las víctimas y devolvérselas a sus familias, ¡porque aquí lo que hay son huevos!”, grita uno de los rescatistas mexicanos, flanqueado por los expertos enviados por el gobierno de Israel.