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“Aquí uno le tiene que rascar. Yo aprendí de mis pollos que quien no le rasca, no come”, comenta María Sánchez sin perder su concentración en encontrar los mejores ajos y jitomates para la salsa roja que va a cocinar en la noche de Navidad.
La señora de 40 años, vendedora de flores en la delegación Magdalena Contreras, no selecciona los alimentos en los stands del departamento de frutas y verdura de algún supermercado, sino en los basureros improvisados que existen en la Central de Abasto de la Ciudad de México, el mercado más grande del mundo.
“Mira estos jitomatitos están buenos. Una lavada, les quitamos lo que está magullado y ya están listos para cocinarse”, señala, mientras a un costado un locatario tira de una cubeta roja varios kilos de nopales que no venderá, porque están “feos”, lo que es aprovechado por María y varias señoras que se arremolinan para escoger los mejores productos.
“Desde hace años que no voy al súper. ¿Para qué? si aquí consigo todo para que comamos mi esposo y yo. Incluso, también le llevo a mi hija alimentos. Pero ellos no saben que vengo a recolectar. Luego me llaman y me preguntan en dónde estoy, y les digo ‘aquí en el súper, ¿quieres que te lleve jitomates?’, ríe mientras sus manos tocan y revisan una sandia que encontró sobre varios kilos de restos de cebollas.
En este basurero de la nave M de la Central de Abasto de la capital se encuentran amontonadas papayas, cañas, plátanos machos, piñas, frutas que se encuentran alrededor de María, quien asegura que “mato dos pájaros de un sólo tiro, porque como vengo a comprar mis flores aquí a la central, paso a recoger mi mandado. Sólo gasto 15 pesos para el diablero y eso es todo, comida gratis”.
“Desde hace años que no compro comida, bueno, solamente la carne, esa sí la compro en la carnicería, pero lo demás lo recojo de aquí [en la Central de Abasto]. Hago mi súper, como quien dice, vengo a mi ‘Miércoles de Plaza’, pero gratis”, comenta María y ríe mientras un vendedor de papas tira varios kilos de este tubérculo.