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Para Leonardo, de 14 años, quien cursa el tercer grado de secundaria, enfrentar la pandemia no fue fácil. El encierro y las clases en línea le causaron tristeza y ansiedad. “Me daban ganas de salir corriendo”, dice a EL UNIVERSAL.
“Fue bastante difícil adaptarme a todo esto, a las clases virtuales… al encierro. Y no podía desahogarme. En la escuela, jugar con mis amigos al futbol me servía para sacar todo el fua. Pero en mi casa, me sentía amordazado, como encerrado en una cárcel”, cuenta. Recuerda que no entendía lo que le pasaba; sentía una desesperación que “me quemaba por dentro”.
Al tomar clases en línea durante 18 meses, perdió el hábito de levantarse temprano, comer a sus horas y evitar desvelarse.
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“Me sentía desorganizado. Estar en la casa me hacía sentir extraño. Contaba los días para volver a tomar clases presenciales. De pequeño, tomé terapia sicológica y tuve que retormarla por el encierro. Bendito sea Dios, no tuve que tomar medicamentos”.
Cuenta que durante su estancia en la secundaria, sólo pudo acudir unos meses, cuando entró al primer grado, y después se suspendieron las clases.
“Como adolescente siento que perdí una parte importante de mi vida porque no pude estar cerca de mis amigos, ni mis compañeros de clases. Pero ahora espero poder recuperar ese tiempo”.
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Leo, como le dicen sus amigos, dice que volver a clases presenciales fue “como regresar a la vida, fue muy liberador. Ver a tus amigos y sentir que están enfrentando contigo esta situación”.
Comenta que quiere estudiar una carrera relacionada con los números, y se ve siendo, quizá, un corredor de bolsa.
Verónica, su mamá, dice que Leonardo ya es otro. Señala que en ocasiones su hijo no podía contenerse y lloraba. Le decía que no valía la pena vivir, que el mundo ya no sería como antes.
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