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Andrés Manuel López Obrador camina entre apretones en un tumulto de legisladores; de lejos se adivina que allí va, por su cabellera cana y porque decenas de teléfonos celulares apuntan hacia él.
Así, demuele el uso, a la medida de la presidencia imperial, del pasillo central del salón de sesiones de la Cámara de Diputados, que ya era arqueología política desde principios de este siglo.
Transforma el salón de sesiones de San Lázaro en plaza pública. Camina ante el Congreso de la Unión, gobernadores, invitados de aquí y del mundo, cientos de integrantes de una clase política plural, del sector privado, la academia, la diplomacia, que entran a San Lázaro y caen en otra dimensión: no hay vallas ni encargados del orden, ni guías que señalen por dónde llegar al lugar asignado.
En cada paso está el sello del Presidente. Ha llegado en el mismo Jetta blanco que usó para al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación por su constancia de mayoría, y para trasladarse a la casa de transición que estuvo colmada de decisiones.
Las huestes presidenciales, los diputados y senadores de Morena, que eran un huracán el 1 de septiembre, en la instalación de la 64 Legislatura, esta vez se moderan. Declaman su credo político: “¡Es un honor estar con Obrador!”, como para dejar constancia de que allí están. Será cuando vaya de salida entre curules, con la banda presidencial puesta, esta sí de seda e hilo de oro, sostenida por 30 millones de votos, que el senador Víctor Manuel Castro pregona el paso del líder de su generación: “¡Viva el presidente López Obrador! ¡Viva México! ¡Viva Morena!”.
Justo antes ha concluido la etapa de Enrique Peña Nieto, quien entró por ese pasillo central, protegido por priístas que no son suficientes para poblar ese caminito cuyo dominio perdieron en julio. Ni en 1997, 2000 y 2006 fueron tan poca cosa como ahora.
El diputado Gerardo Fernández Noroña forma parte de la comisión que recibe y acompaña a Peña Nieto.
El lugar está lleno, pero ya no hay público para tributar una de esas ovaciones con aplausos que fueron culto a la personalidad presidencial.
La diputada Dulce María Sauri (PRI) y la senadora Verónica Camino Farjat (PVEM), yucatecas, junto con más priístas rodean a Peña Nieto, en lo que llega el presidente López Obrador.
En los palcos, reyes, presidentes, príncipes, líderes como Cuauhtémoc Cárdenas, y el laborista británico Jeremy Corbyn, quien fue eslabón entre López Obrador y el ahora senador Napoleón Gómez Urrutia.
El director general de EL UNIVERSAL, Juan Francisco Ealy Lanz Duret, figura como invitado especial, al igual que Miguel Alemán Velasco, Miguel Alemán Magnani, Carlos Slim Helú y Emilio Azcárraga.
Al lado derecho de la Mesa Directiva, el gabinete presidencial; ya está en desuso que asista el gabinete saliente, como ocurrió en la era del PRI hegemónico. Hoy, en el flanco izquierdo se acomodan los ministros de la Suprema Corte, y también hay espacios en el pleno del Congreso General para dirigentes como el presidente de la FSTSE, Joel Ayala Almeida; intelectuales de la talla de Lorenzo Meyer, y polémicos perfiles como Paco Ignacio Taibo, que espera salir del limbo en el que se metió.
Están personas con nombramientos estratégicos, como Juan Ramón de la Fuente, designado embajador ante la ONU, y Martha Bárcenas Coqui, quien irá, previa ratificación de Senado, como embajadora en Estados Unidos.
Gente de las artes viene y testifica, como Silvio Rodríguez, y el actor Damián Alcázar, protagonista de La Ley de Herodes, película de 1999 sobre la corrupción política en el país.
Hombres de instituciones, boleto en mano, pasan por el patio central en busca del camino que los lleve al espacio privilegiado donde presenciarán la rendición de protesta de López Obrador. Pasan el rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers, y el presidente del Instituto Nacional de Electoral (INE), Lorenzo Córdova Vianello, quien recupera el alivio, porque “con esto terminamos el proceso electoral”.
En el momento histórico, López Obrador alza el brazo derecho, protesta “guardar y hacer guardar la Constitución”, pero imprime unos agregados a la fórmula establecida en la Carta Magna. Antepone dos sujetos: “Honorable Congreso, pueblo de México”, y señala que el pueblo le confió el cargo, “de manera democrática”.
Luego, Peña Nieto dobla la banda presidencial con la que ha llegado, la entrega al presidente del Congreso, Porfirio Muñoz Ledo, que la sostiene unos segundos y la pasa a López Obrador, quien la coloca sobre su hombro derecho y un cadete del Colegio Militar la acomoda y la asegura.
Ha dicho que al pueblo debe sumisión y obediencia, y de salida, en el pasillo central, pasa sobre escombros de ritos de poder, y al subir a su coche blanco, inusual en la clase política, echa a andar la Cuarta Transformación.