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Ya lo esperaban sus amigos, sus colaboradores, agregados militares y, sobre todo, los representantes de las Fuerzas Armadas, para manifestarle por sexta y última vez lealtad como su presidente y Comandante Supremo.

Enrique Peña Nieto fue recibido a las faldas del cerro en Chapultepec por sus anfitriones, el secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda, y el secretario de Marina, Francisco Vidal Soberón Sanz, quienes no lo abandonarían durante toda la jornada.

Todos llegaron con sus esposas, se saludaron y abordaron el vehículo que los llevaría hasta el alcázar del Castillo de Chapultepec, en donde ya los esperaban todos.

A baja velocidad, el Humvee ascendía, seguido por otro igual, en donde la primera dama, Angélica Rivera de Peña era acompañada por las esposas de los militares.

Sin mucho que decirse, los tres pasajeros permanecieron de pie todo el trayecto, escoltados en todo momento por personal del Estado Mayor Presidencias y de las Fuerzas Armadas.

Uno a uno, los cadetes que se colocaron a lo largo del camino saludaron al Presidente, con un gesto tan familiar que ahora tendría una connotación más a despedida.

Los invitados seguían sus pasos a través de la pantalla colocada a un costado de las carpas, frente a los cadetes que, a una sola orden, permanecieron estoicos ante la inminente llegada de Peña Nieto.

Cuando las trompetas sonaron, todos observaban cómo el trayecto hacia el patio principal del Castillo de Chapultepec había concluido.

Primero descendieron ellos, después ayudaron a las mujeres, y comenzó el saludo de bienvenida a uno, a dos, a tres... hasta que se perdió la cuenta de todas las personas que se aproximaron a recibirlos.

Sin prisa, el Ejecutivo federal se dirigió hacia el estrado; ahí estaban todos los integrantes de su gabinete legal y ampliado, quienes habían sido colocados para dejar los lugares centrales para él y su mujer.

La primera dama se sentó a la izquierda de su esposo, ambos flanqueados por Cienfuegos Zepeda y Soberón Sanz, con quienes la pareja intercambió algunos comentarios, señalaron algún punto del Castillo, asintieron y sonrieron.

Para cuando la presentación de los principales invitados terminó, fue el momento del titular de la Sedena, de quien se esperaba un discurso que hiciera alusión a la Ley de Seguridad Interior.

Y después de agradecer la aprobación de esa legislación, fue directo al refrendar su lealtad al Presidente, quien ya había cumplido con ese compromiso ante la milicia al promulgarla y darles certeza jurídica en su combate al narcotráfico. Por momentos el Presidente se mantuvo atento a las palabras del militar, sonreía, tomaba un poco de agua y volvía la mirada al orador.

A un par de pausas del general, los asistentes aplaudieron; el Mandatario motivó las palmas.

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