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A escasos 10 metros de distancia, don Rogaciano ve con incredulidad cómo dos máquinas pesadas demuelen el hogar que habitó por 33 años. Su esposa, Orma, está atrás de él mientras los pistones de la maquinaria hacen trizas el patrimonio que habían construido toda su vida.

Dos días después del sismo de 7.1 grados que conmocionó al centro del país, la fase de búsqueda de cuerpos ha terminado en este municipio. Ayer comenzó la demolición de casas, edificios, iglesias y escuelas que quedaron seriamente dañadas por el terremoto, algunas estaban al borde del colapso, lo que apresura las labores de remoción ante el riesgo mortal de derrumbe.

La casa de Rogaciano Ortiz, en la calle 18 de Marzo de la colonia Emiliano Zapata, fue una de las primeras en ser demolidas. En esta zona, así como el centro de Jojutla, se concentraron las mayores afectaciones del estado en cuanto a estructura, con más de 350 inmuebles que quedaron en escombros.

Con sólo un cubrebocas como protección, el señor de 62 años ve inmóvil cuando la casa de dos pisos colapsa hacia un costado. A lo lejos se percibe lo que fue la estancia y el baño.

La zona se cubre de un polvo pesado que pica la garganta, algunas piedras salen volando, y muebles también, mientras se escucha el grito de júbilo de trabajadores y brigadistas que durante horas intentaron derrumbar la estructura.

Don Rogaciano, pastor de una iglesia evangelista, camina precavido hacia los escombros. Recoge papeles, ropa y mochilas que, a pesar del derrumbe, quedaron intactos. Su esposa le pide recoger otros objetos que pueden seguir utilizando. Por fortuna, ninguno de los dos estaba en casa el martes 19 de septiembre, cuando el sismo azotó con fuerza a Jojutla.

La casa de la familia Ortiz fue la primera entre un sinfín de edificaciones que tendrán que ser demolidas y reconstruidas. Una labor titánica para los brigadistas, que no son pocos, pero que les faltan herramientas para levantar el municipio. Al menos 15 pesadas máquinas trabajan a marchas forzadas en esta colonia. Aquí, el panorama es desolador. El daño por el terremoto se extiende por toda la zona: banquetas, bardas, edificios, casas y comercios registran daños parciales o totales.

En esta zona de Morelos, la tensión es fuerte. Los pobladores están alertas por las réplicas del sismo. Ayer, una vivienda agrietada comenzó a crujir y tuvo que ser evacuada. La escena es devastadora, todos los habitantes de la colonia y el centro duermen en las calles, vigilando las cosas que lograron rescatar.

Entre muebles sucios, polvo, escombros y charcos de lodo han pasado estos días con sus noches largas y calurosas.

Rechaza ir al albergue. “Aquí me parió mi madre”, dice don Humberto Hilario Manjarrez, de 76 años, quien siempre ha vivido en esta colonia y se niega a trasladarse a un albergue. Sentado en una mecedora espera a que su vivienda se venga abajo.

A unos metros, sus nietos sacan muebles y un televisor que han puesto frente a su abuelo, quien comenta que es una de sus pertenencias preferidas. “Está muy cabrón. Yo me caí cuando se sacudió la tierra”, comenta el campesino que trabajó en los ingenios azucareros y que, ahora, con mucho esfuerzo logra levantarse de su mecedora.

El hombre da unos pasos hacia su casa y señala con su bastón cómo quedó agrietado el interior, las escaleras penden de una varilla y las cuarteaduras se perciben en todas las paredes y techos. Es un milagro que la estructura aún esté de pie. “Que vean los gobernadores, ojalá que les dé tantita vergüenza. Mi padre y mi madre me heredaron esta casa, pero ahora a ver cómo le hago para vivir en esta casita”, lamenta.

“Sacamos lo que pudimos. No podemos entrar”, dice la esposa de Hilario, doña Inocente Romero, quien tenía un local de pozole que surtía a la colonia Emiliano Zapata, que hoy parece un campo de batalla, el tiempo es largo y la espera mucho más.

Gente va y viene con víveres, palas para quitar escombros. En todas las calles se han instalado carpas y campamentos. De aquí nadie se mueve para impedir saqueos y estar al lado de sus familias.

En una esquina, debajo de una cornisa, dos enfermeras llegan con mesas y medicamentos. La gente se arremolina para chequeos básicos, presión arterial, glucosa y algunas lesiones leves que son atendidas con paracetamol y vendajes.

Otros jóvenes se instalan del otro lado de la calle, atienden a algunas mascotas que también resultaron heridas. El recuento de los daños aún no es oficial. La cifra de afectados va en aumento en Jojutla, el municipio más golpeado de Morelos.

En los albergues se contabilizan al menos 500 damnificados que vieron derrumbados sus hogares, 350 de éstos resguardados en el campamento instalado por el Ejército, donde se les ha proporcionado comida, agua y ropa.

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