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A guascalientes, Ags.— Antonio se detuvo en una gasolinera, ordenó a Edith que entrara al baño, se fue tras ella y en el interior del sanitario le revisó sus pantaletas; la misma escena se repitió una y otra vez en cuatro años que duró su noviazgo.
A los 20 años, Edith comenzó su relación con Toño, que le llevaba 10 años por delante; en un principio todo era amor, atenciones, frases bonitas y detalles; la buscaba siempre en la universidad, en el trabajo o en su casa; dos meses después afloró el “macho celoso”.
Por cuatro años controló su forma de vestir, sus amistades, emociones y hasta su tarjeta de nómina.
“Me prohibió que me maquillara cuando iba a trabajar: ‘Vas a trabajar, no a gustarle a nadie’, me decía”, comenta.
“Es porque te quiero, porque te amo, porque no me gusta que te vean, porque eres mía y no quiero compartirte”, argumentaba el novio.
La terapia sicológica que recibe desde hace ocho meses le ha permitido identificar las expresiones de violencia que Antonio ejerció sobre ella, que antes le parecían normales: “Te dicen: ‘Deja de respirar’, y dejas de respirar, llega un momento que hasta controlan tus sueños, no puedes tomar decisiones, se te va, te pierdes”. Edith es trabajadora de una dependencia federal del sector Salud, con carrera trunca en la licenciatura de Diseño Gráfico de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, de la que desertó por influencia de su ex, quien es licenciado en Diseño Gráfico, deportista en extremo y dueño de una empresa.
Antonio comenzó a desaprobar su forma de vestir; primero la persuadía siendo “muy dulce”: “Mira mi amor, te ves muy bonita; para que no me ocasiones problemas, ¿por qué no te cambias?, está muy corta tu falda, tu pantalón está muy entallado, ¿por qué no lo cambias por otra cosa?”.
Con el tiempo, pasó a las humillaciones: “¡No me gusta!, ¡te ves fea!, ¡te ves gorda!, ¡ponte otra cosa!, ¡regrésate!, ¿cómo vas a salir conmigo?, ¿qué no te ves, no te da pena?, vete en un espejo!… Yo me vestía como cualquier chica, normal”, dice la joven.
“Era muy celoso. Me lo llegó a decir: ‘¡Eres una puta!’. Yo, con todo mundo me acosté, según él. Me controlaba todo, yo no podía tener amigos, no podía saludar a un compañero, si me marcaba algún compañero de trabajo cuando él estaba conmigo, se me armaba, era algo muy feo”.
Edith narra que enfrentó cosas muy fuertes: “Cuando pasaba por mí al trabajo para irnos a comer, llegábamos a una gasolinera que nos quedara de camino, se bajaba, me pedía que me bajara con él, nos metíamos al baño y me revisaba, me quitaba mis pantaletas, las olía, tocaba. ¿Qué estás haciendo?, le decía. Nada, sólo quiero ver, me respondía”.