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Fue una larga noche, triste y doliente, después de las 23 horas con 49 minutos. El sismo derribó viviendas, colapsó escuelas, iglesias y edificios públicos. Bajo los escombros rescataron a las víctimas. El miedo afloró con el llanto. La oscuridad encendió el pánico y Juchitán despertó en medio del luto por el desastre.
Tras el sismo, que tuvo su epicentro en Pijijiapan, Chiapas, emergió la solidaridad. Los vecinos, con lámparas de mano y con palas, removieron los escombros para rescatar a heridos y muertos. Hasta la tarde del viernes, un total de 36 fallecidos y centenas de lesionados. En un primer recorrido en medio de la oscuridad, se veían a las familias en medio de las calles. Nadie regresó a dormir a sus viviendas. Nadie durmió tampoco en las calles. El desvelo tuvo rostro de tragedia.
Las viviendas tradicionales de tejavana cedieron ante el empuje del terremoto. Los edificios comerciales de dos plantas de reciente construcción no resistieron la energía liberada y algunos quedaron inclinados, con fracturas en las paredes, y otros se derrumbaron.
Las calles juchitecas se cubrieron de escombros, heridos, cables, postes de electricidad y de teléfonos, transformadores y sábanas que cubrían a los menores de edad en brazos de sus madres. Pocos hablaban. Los más estaban sumergidos en el llanto, el miedo y la incredulidad. Nunca, en la historia de esta ciudad, las familias juchitecas habían recibido un golpe de esa magnitud.
En medio de la oscuridad, las torretas encendidas de las patrullas de los policías municipales y estatales daban un toque fantasmagórico a la tragedia. “Por favor, cierren las llaves de sus tanques de gas”, repetían los policías a través de sus bocinas. Nadie quería regresar a sus viviendas. A esas horas de la noche, la calle era el lugar más seguro.
Luto y dolor con la luz del día. Con las primeras luces del amanecer, la catástrofe juchiteca se redimensionó al confirmarse la muerte de, al menos y hasta la tarde del viernes, 36 fallecidos, entre hombres y mujeres. Algunos empezaron a ser velados por sus familiares en las calles, porque la vivienda se desplomó. Otros fueron llevados al panteón Domingo de Ramos, como Felipa García y Apolinar Esteva, quienes murieron bajo los escombros de su vivienda.
El ala sur del palacio municipal de esta ciudad se desplomó y quedó reducido a escombros. En una titánica labor, soldados y marinos que aplicaron el Plan de rescate DN-III buscaban entre las ruinas del inmueble a un policía municipal que estaba de guardia en el momento del sismo.
La iglesia, construida en honor a San Vicente Ferrer, el patrono de la comunidad católica juchiteca, perdió la torre y la pared del lado izquierdo. Frente a ella, la fachada de la escuela primaria Juchitán, una de las más antiguas, se desplomó. Este viernes, se suspendieron todas las actividades educativas.
Peña Nieto ofrece ayuda. Por la tarde, sobre los escombros del ala sur del palacio municipal, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, ofreció la solidaridad de su gobierno para atender la emergencia con brigadas médicas y alimentos. Anunció que cada siete de septiembre se declarará luto nacional y expresó sus condolencias a los familiares de los fallecidos.
Acompañado del gobernador oaxaqueño Alejandro Murat y la presidenta municipal, Gloria Sánchez, el presidente Peña dijo que la ayuda humanitaria que brindará su gobierno será directa para los damnificados, sin la mediación de líderes políticos y ofreció que regresará a Juchitán para testificar la reconstrucción.
Mientras tanto, las familias juchitecas hicieron campamentos con lonas, sillas y mesas en las calles y en sus patios porque tras el sismo, se presentaron más de 337 réplicas, algunas hasta con 6.1 de intensidad.