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Guadalajara.— Orlando es padre de dos hijas adolescentes: Katia y Zulema que, junto con su esposa Maricarmen, fueron secuestradas en abril de 2015 por un grupo de civiles armados que se identificaron como integrantes del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Katy, de 17 años, fue asesinada frente a su madre y hermana. Las tres mujeres fueron torturadas durante mes y medio en un predio del municipio de Tlajomulco, donde dos años más tarde fueron localizadas seis fosas clandestinas.
Orlando, originario de Zamora, Michoacán, contó que su esposa e hijas fueron confundidas, por el vehículo en el que viajaban, con la familia de uno de los líderes del grupo criminal Los Viagras, organización con las que se disputan Michoacán.
El ingeniero químico y consultor en campos agrícolas en la franja de ambos estados (Michoacán y Jalisco) comentó que su esposa e hijas fueron secuestradas cuando iban de Zamora a Guadalajara para acudir a la preparatoria en la que estudiaban las dos jóvenes.
Orlando y Maricarmen decidieron inscribir a sus hijas en una escuela de la capital jalisciense, debido a la ola de violencia que azotaba al estado de Michoacán, su tierra natal.
Katia y Zulema llevaban dos años junto con su madre en Guadalajara, cuando una tarde de abril mientras circulaban a la altura de Tlajomulco fueron interceptadas por un grupo armado que las obligó a subir a otro vehículo.
A decir del padre de las jovencitas, los civiles armados les insistieron desde el primer momento que las privaron de su libertad, que les dijeran dónde se escondía Juan Carlos Sierra Santana La Sopa, uno de los líderes de Los Viagras, asesinado después en 2017.
“No te hagas pen..., que tú eres la pu... de La Sopa, esta es su camioneta. Dinos donde se esconde, con quién entró [a Jalisco] y las vamos a dejar ir”, recordó Orlando algunas frases que le gritaban a su esposa.
Maricarmen insistió en que no sabían de qué le hablaban y fue entonces que se llevaron a las tres mujeres a un campo del grupo criminal, donde fueron torturadas.
Orlando platicó que después de varios días, al comprobar que no tenían relación con ninguno de los integrantes del cártel rival, los presuntos integrantes del cártel Jalisco optaron por pedir un rescate de 4.5 millones de pesos a sus familiares.
Se trataba de un millón y medio de pesos por cada una, que Orlando, cuenta, eran cifras inalcanzables para él, incluso ni con la venta de su casa en Zamora o un par de terrenos donde pensaba algún día sembrar berries y heredárselos a sus hijas.
Al no poder pagar el rescate, Zulema y Maricarmen fueron obligadas a atestiguar el asesinato de Katia, cuyo cuerpo no fue encontrado.
A 44 días de haber sido privadas de su libertad fueron soltadas en el municipio de La Barca, Jalisco, en la colindancia con el municipio de Briseñas, Michoacán, no sin antes ser advertidas por el Cártel Jalisco Nueva Generación de que “eso les iba a pasar a todos los pinches michoacanos”.
Tras ser atendidas por un médico de su confianza, Maricarmen y su hija Zulema abandonaron el país. Orlando se quedó un tiempo más para vender sus propiedades y poder sobrellevar una vida con su familia en el extranjero.
“No me duele irme de México porque este país nos vio nacer, pero también asesinó a mi hija y a miles de inocentes más”, reprochó Orlando, esposo y padre de tres de las tantas víctimas que ha dejado la guerra entre los cárteles Jalisco y Michoacán, recrudeciendo así la violencia en esos estados.