Más Información
Se han registrado más de 9 mil jóvenes para participar en elección judicial: Sheinbaum; "aquí no se raja nadie", dice
Ataque a DBar en Tabasco tenía como objetivo un cliente, informa Fiscalía; confirman 6 muertos y 10 heridos
Secuestran a participante de MasterChef y a un hombre en la México-Cuernavaca; detienen a uno tras rescate
Tras 10 días, liberan a mujer china y a sus tres hijos que estaban retenidos en el AICM; buscan refugio en México
justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
“¿Por qué no están en la escuela?, súbanse a la patrulla”, es la frase que aún le enchina la piel a Carlos al recordar cuando dos policías lo abordaron a él y a su novia cuando paseaban por la unidad deportiva de Xochimilco.
Aunque han pasado 21 años desde ese día de principios de marzo, Carlos lo recuerda. Una ocasión se le ocurrió “irse de pinta” con un par de compañeros y su novia de ese momento. La tarde transcurrió sin nada significativo que contar, risas, juego y ocio en la unidad deportiva de Xochimilco, hacia “la hora de la salida”, alrededor de la una de la tarde, los jóvenes se dirigían de regreso a la secundaria. Carlos, junto con su novia, se apartaron del grupo cuando una patrulla se detuvo a un costado, de ella descendieron dos policías, quienes les preguntaron: “¿Qué hacen aquí chamacos?, ¿por qué no andan en la escuela?, a ver, subanse.
“Me negué y tomando la mano a mi compañera quise continuar mi camino. Uno de los polis me detuvo y me acercó a la puerta de la patrulla, me amenazó con llamar a mis padres si no me subía”, declara el hombre.
Asustado por las amenazas, Carlos subió. “No imaginaba el riesgo que tenía, ni siquiera conocía mis derechos”. Con una mezcla de sentimientos entre miedo, vergüenza y ansiedad, el joven no sabía qué esperar de aquella experiencia, se sentía culpable por haberse “ido de pinta” y “romper las reglas”.
Los oficiales llevaron a los jóvenes al Ministerio Público. “Nos violentaron verbalmente, nos humillaron y de alguna forma sentí que iban a lastimarnos, principalmente a mi compañera. Al final nos dejaron ir”.
A cambio de dejarlos ir, los elementos le pidieron a cambio su reloj que recién se había comprado con sus ahorros y 70 pesos para el resto de su semana. Al contarle a su padre, Carlos sintió miedo y vergüenza; sin embargo, él lo llevó a denunciar. “Fue muy pesado, los burócratas se reían y nos decían que no fuéramos exagerados, pero mi papá se mantuvo y levantamos la denuncia, no sirvió de mucho”, señala.