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“Dígale el problema que tengo de la cárcel, que estoy enfermo”, dijo Joaquín Guzmán a su abogado, quien quiso hacer su primera declaración pública desde su extradición a Estados Unidos hace 13 meses con una apelación directa al juez Brian Cogan. El Chapo quería hablar al magistrado de las condiciones de su reclusión.
En un movimiento inesperado, que dejó estupefacto al juez y a la fiscalía, Guzmán Loera pidió la palabra. Su abogado, Eduardo Balarezo, le acercó una hoja de papel mecanografiada. “Lo que tenía en sus manos es un papel que nosotros le escribimos, escrito a máquina, para que lo pueda leer, pero son sus palabras”, explicó a la salida del juzgado el abogado defensor.
Ante la inacción de Cogan, aún sorprendido y aceptando el reto, El Chapo se puso en pie, dispuesto a leer. Antes de que empezara, el juez lo frenó de golpe.
Llamó a las partes a su estrado y hablaron durante pocos minutos en voz baja y con ruido en la sala para evitar que un suspiro de esa charla secreta se hiciera pública.
Al regresar todos a sus puestos, El Chapo se quedó sin opción de hacer su primera declaración desde su extradición. La fiscalía argumentó que si Guzmán hablara sería “una oportunidad para pasar mensajes” a la prensa o a terceros, algo totalmente prohibido por las reglas de confinamiento a las que está sometido el capo del Cártel de Sinaloa.
Balarezo tuvo que salir al paso: “quiere que la familia sepa que deberían pagar a su abogado”, dijo. Ya fuera del tribunal, Balarezo se explayó en el comentario: “el señor Guzmán quería expresar en sus propias palabras a la corte cuáles son sus preocupaciones (…) hacer saber a su familia y cualquiera que tenga algún interés en esto que quiere ir a juicio. No está interesado en colaborar, no está interesado en hacer un pacto con el gobierno, está interesado en tener un juicio y tener un día de justicia en la corte, que es lo único que ha estado pidiendo”.
“El señor Guzmán no tiene ningún interés en mandar un mensaje a nadie a excepción de los relacionados con este caso. El mensaje sobre el que el gobierno estaba preocupado era el que dije en la Corte: que quiere ir a juicio y quiere pagar los honorarios”, resolvió Balarezo, quien quitó importancia al cobro de su tarifa y quiso centrar la disputa en la necesidad de tener los fondos suficientes para todos los trámites e investigación.
A pesar de que los periodistas insistieron en saber a quién iba dirigido el mensaje, el abogado no quiso dar detalle. “La gente a la que iba dirigida saben quiénes son. La gente que tenía que escucharlo lo escuchó, esperemos. Ellos saben quiénes son”, dijo.
Ante el juez, Balarezo insistió en la necesidad de dar voz a El Chapo. Cogan preguntó si se debía a que los allegados a Guzmán no confiaban en el abogado. “A veces la gente necesita escucharlo de primera mano (…) Con todos los respetos, las personas con las que estamos lidiando no necesariamente confían en la palabra de un abogado”, reconoció Balarezo.
Las pocas garantías de pago son las que privan al abogado Jeffrey Lichtman, conocido por la defensa del capo mafioso neoyorquino John Gotti Jr., de entrar al caso. El pasado lunes visitó a El Chapo en la cárcel, en un encuentro en el que “el señor Guzmán reiteró su fuerte deseo de que entre en el caso, algo que todavía espero que pase”, dijo esta semana Lichtman a EL UNIVERSAL.
Uno de esos principales problemas es la incomunicación a la que está sometido El Chapo. “Quizá unos esposos no quieren hablar con sus esposas por ese tiempo, pero él quiere hablar con su esposa”, se quejó Balarezo a la salida del juzgado. El juez Cogan reprochó al gobierno la innecesaria demora en la revisión de las misivas que El Chapo quiere mandar a su mujer, y apremió a que se pueda resolver el trámite en una semana máximo.
No era el único tema del que quería hablar El Chapo: a él le interesaba quejarse de su situación, que no se ha movido para hacer más humana su estancia en uno de los módulos más severos del sistema carcelario de máxima seguridad de Estados Unidos.
En los momentos de confusión, El Chapo aprovechó para decir a Balarezo, con un hilo de voz, que quería hablar de su estado de salud. “Estoy enfermo por la situación [en la celda]”, reiteró el narcotraficante. En un momento pareció quejarse del “aire” de la celda, presumiblemente del sistema de refrigeración y calefacción.
“¿No puede esperar hasta la próxima audiencia?”, se impacientó el juez Cogan, recompuesto tras verse desarmado cuando creía que la sesión estaba por terminar. Pudiera esperar o no, se le prohibió hacerlo hasta la próxima audiencia, programada para el 17 de abril.