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juan.arvizu@eluniversal.com.mx
Tímida y decidida, con la agilidad de los 17 años y la mirada diáfana que es una flecha en la búsqueda de los ojos de los automovilistas, Fernanda muestra una cartulina con la leyenda #FuerzaMéxico, y en realidad ella es el mensaje esencial de este día: La voluntad de salir adelante de una generación de nómadas que van a todos lados con la oferta de sus servicios de voluntarios para servir la causa de la Ciudad de México, sacudida por el terremoto del martes.
“Torea” los coches enfrente de la Alberca Olímpica, sobre la avenida División del Norte, casi al llegar a Churubusco. Allí se localiza un centro de acopio.
A las 13:14 horas de este viernes se cumplieron 72 horas del temblor y, sin descanso, los jóvenes han actuado en las numerosas actividades que se requieren en una emergencia.
El susto, el pasmo, el dolor del primer día fue seguido por el rescate de personas atrapadas en escombros, por la recuperación de cuerpos de víctimas de este terremoto, que dejó 155 fallecidos, sólo en la Ciudad de México, y que suma 293 con el saldo de otros cinco estados.
Viene lo más difícil. Cumplido el tercer día de frenesí, el mapa de los daños, al menos en la urbe capitalina, enseña proporciones de lo que será el gran reto en materia de reconstrucción, pues en torno de los derrumbes mayores, hay muchas casas y edificios descuadrados y que pueden desplomarse.
La Condesa, en el sector central de la ciudad, y otros rumbos, las colonias Del Valle, Narvarte, el Colegio Enrique Rébsamen, la zona comercial de Coapa, el Tecnológico de Monterrey y Xochimilco son puntos de la devastación que, conectados, forman un eje que coincide con gran parte del trazo de la avenida División del Norte.
Se trata de diversas coordenadas sociales, donde la vida, pese a todo, sigue. Ahí está la calle de Amsterdam, uno de los escenarios de la tragedia, y que parece cuartel de militares y voluntarios necios, determinados a hacer algo.
Han sido aceptados hombres y mujeres que anhelan recibir una misión, “de lo que sea”, dicen, y se les cumple el deseo, cuando una voz de mando pide que los diez primeros de la fila carguen una lona próxima que servirá de techo en actividades que durarán muchos días.
Casi está deshabitada La Condesa. La presencia militar es garantía de control y seguridad; agua y comida abundan, como el respeto a la autoridad uniformada y la calidez de los que apoyan así como el esmero de quienes sirven en el delicado trabajo de manejar medicamentos y materiales de curación en el centro de acopio de la plaza Popocatépetl.
Más adelante, periodistas extranjeros acampan a la espera de escenas significativas. Al lado suyo se levantan las primeras tiendas de campaña de damnificados que sólo saldrán de allí cuando se haga un censo de habitantes sin vivienda.
La Fuente de Cibeles, en la Roma Norte, está rodeada por otro cuartel de auxilio. Hay cientos de palas, picos, carretillas y otro tipo de herremientas sin usar. También hay voluntarios de más, y no se admiten más reservistas, porque tener muchos ocasiona que se estorben.
En Yucatán 23 se levanta un edificio blanco de más diez pisos con cuarteaduras en sus columnas exteriores. Los encargados del inmueble ordenan a albañiles echarle mezcla y ocultar los daños del martes, que se hicieron al chocar con la construccion de junto.
Topos y su tecnología de tres décadas. Cerca, la avenida Álvaro Obregón, con su gran camellón, es un extenso espacio de operaciones. Hoy, en el trabajo de la emergencia, mañana servirá para la reconstrucción. En el número 286, la ciudad vive uno de los grandes episodios de la lucha por la vida de personas atrapadas, con el apoyo de rescatistas japoneses, estadounidenses, alemanes, dotados con equipos que aquí conocen, y los mexicanísimos topos, con instrumentos de hace tres décadas además de su experiencia reconocida en todos lados. La embajadora de Estados Unidos, Roberta Jacobson, llega al lugar, en gesto de solidaridad.
La vida sigue en la ciudad. Este terremoto afecta a parte de la población, y el resto se dedica a lo suyo. Como María, una oaxaqueña anciana que vive de la limosna pública y usa una silla de ruedas.
Medellín tiene signos de vida convencionales, comercios, restaurantes, locales de servicios, y en el camino se encuentran personas espontáneas con mesas habilitadas como centros de acopio.
Los problemas de tráfico son complicados, como siempre en el Viaducto, y la circulación alivia en la avenida Coyocán, con tonos alegres en el mercado de Colonia del Valle, con sus restaurantes y fondas. Luego las coordenadas cambian, para retomar División del Norte.
Adelante, sigue la remoción de escombros en la calle de Escocia, y se necesita la revision de miles de viviendas para que se certifique son aptas para ser habitadas. Ambulancias van y vienen con el ulular de sus sirenas; cientos de motociclistas y automovilistas esperan ser solicitados para dar ayuda de transporte.
Cicatrices. Después de avenida Universidad, sigue el Parque de los Venados y la delegación Benito Juárez, que en su explanada tiene un gran centro de acopio, y adelante está el área derruida de Petén. Sigue la Alberca Olímpica, con sus voluntarios, como la joven que porta una cartulina con una solicitud: “Urgen antibióticos, medicamentos y alimentos enlatados para bebés, pañales”. También piden comida para mascotas.
Aquí es donde aparece Fernanda con su mensaje #FuerzaMéxico, para una sociedad que lleva contados 293 muertos y que tiene miles de casas derruidas o por reparar.
La avenida División del Norte sería como la columna vertebral del espectro del desastre, y hacia el sur los escenarios sociales se modifican un poco, pero el ambiente urbano es el de antes del martes: congestión de tráfico. Salta Tlalpan por un puente, pasa frente al Club América y en sus inmediaciones nada se encuentra destruido. Pero después de Calzada del Hueso, está el área del Colegio Enrique Rébsamen, , que eclipsó muchos puntos de destrucción donde hoy los afectados reclaman atención.
En paz, con dolor, desorganización y solidaridad, la Ciudad de México se repone, poco a poco, de las fracturas del terremoto.