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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
A lo largo de 15 años, Soledad vivió situaciones de riesgo derivadas de su adicción al alcohol, mientras en su vida cotidiana, con su familia, durante la escuela y después en el trabajo, cubría las apariencias, negándose a reconocer que tenía un problema.
A pesar de vivir experiencias en las que pudo haber puesto en riesgo su vida, en las que llegó a desaparecerse hasta por una semana, a despertar en lugares desconocidos en otros estados de la República, mantuvo ese ritmo de vida.
“Cuando uno se excede tiene conductas en las que expone su vida, la mayoría de esos eventos no los recuerdo”, contó. Acostumbrada a beber constantemente, comenzó a alejarse de algunos amigos que llegaban a hacerle comentarios acerca de su situación, por lo que llegó a convivir con extraños. Una vez perdió la conciencia, porque la gente con la que se encontraba le puso alguna sustancia en la bebida. Luego, se concientizó y se decidió a pedir ayuda en un Centro de Atención Primaria en Adicciones (Capa). “Salí a tomar y supuestamente sentía el control, pero esa vez me topé con gente que se dedica a extorsionar, encima de eso metieron algo en mi bebida y terminé consumiendo drogas”, relató.
Esa fue la oportunidad para que se diera un mayor acercamiento con su familia, con su madre y con su hermana, un apoyo que consideró relevante. Reflexionó y aseguró que la convivencia social fue la que la llevó al consumo de cerveza, primero ocasionalmente y luego de a poco.
Recordó que en tiempos de la preparatoria se reunía todos los viernes con sus compañeros, sin saber a dónde iban a ir, pero seguros de que saldrían, lo que era el equivalente a tomar, pero en exceso, recordó. Prefería alejar a la gente que se preocupaba por ella. A pesar de que en su etapa universitaria, en la que estudió Negocios Internacionales disminuyó ese ritmo, en la etapa laboral volvió a los excesos.
Ahora, con 31 años y dedicada a proyectos en Cuautitlán Izcalli, se entusiasma con ayudar.