Dicen los chicuarotes de San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, que hace años en las avenidas Belisario Domínguez y México, que rodean el panteón municipal, había hordas de personas cargando velas, ramos de flores, retratos y cruces de madera en ofrenda a sus muertos. También se podían ver enormes cenas, músicos y baile, pero hoy —entre la disputa por el camposanto y las tradiciones modernas— sólo un pequeño porcentaje de los pobladores acude a la Velada Mayor.

Entre los pocos cientos que aún asisten, en comparación con los miles de hace tiempo, la familia Godoy González se resiste al avance de la gentrificación, la pérdida de tradiciones y la falta de interés de la nueva generación. Colocan una veintena de velas, arreglos que suman un gasto de 8 mil pesos y comparten comida y bebida entre otros chicuarotes para preservar las costumbres de los pueblos originarios.

“Cada año venimos a hacer la ofrenda con gusto. Mi padre nos traía hace 50 años, a todos los hermanos, a toda la familia y hoy venimos los 24 hermanos e hijos porque nos toca enseñar lo importante que es… Yo tenía 11 años cuando aquí no se podía ni pasar, hoy venimos varios, pero el pueblo está perdiendo la costumbre de recordar”, lamenta Rosa Icela Godoy en entrevista con EL UNIVERSAL.

Las familias barren, cortan el zacate y las hierbas crecidas en las lápidas, limpian los retratos, los epitafios y los nombres de sus muertos. Foto: de Fernanda Rojas
Las familias barren, cortan el zacate y las hierbas crecidas en las lápidas, limpian los retratos, los epitafios y los nombres de sus muertos. Foto: de Fernanda Rojas

A las cinco de la tarde, las familias barren, cortan el zacate y las hierbas crecidas en las lápidas, limpian los retratos, los epitafios y los nombres de sus muertos. Entierran arreglos costosos y esparcen pétalos de cempasúchil. Comparten de mano en mano la comida favorita de sus fallecidos, se pasan caguamas, le dan dulces a los niños que piden calaverita y reciben a los norteños y mariachis que vienen a cantar a los difuntos... pero el panteón aún está semilleno.

Dan las seis, el sonidero que contratan las familias ya hace las pruebas de audio porque los asistentes cambiaron la música de cuerdas por bocinas. Ingresan muchas personas, en su mayoría visitantes, no familias.

Hay quienes se disfrazan de personajes de las películas de moda porque el Halloween invadió el panteón. Algunos de los más jóvenes están de acuerdo, pero otros, los mayores, no.

“Venimos casi 24 personas, de abuelos a nietos. Hay que tocarles el corazón a los niños, que sepan que es una bonita forma de recordar a los muertos.

“Mi papá nos traía y lo acompañábamos toda la vela, ahora hacemos una comida, tomamos juntos, como una fiesta, la que siempre se ha hecho, como mi papá y mi mamá la hacían, para que los niños se den cuenta de que las tradiciones son bonitas”, cuenta Rosa Icela.

Don Eulalio Godoy, cabeza de la familia Godoy González, murió en 2020. Antes de su fallecimiento explicó a sus hijos cómo quería ser enterrado y cómo quería que ocurriera su velada de Día de Muertos. Hoy, los hijos del señor Godoy muestran a sus nietos y bisnietos la forma en que quieren ser recordados después de su muerte con la ilusión de que el ritual sea preservado.

Además de los extranjeros curiosos, personas de la tercera edad merodean las tumbas, llevando de la mano a sus familias para, a través de la enseñanza, resistir al olvido de uno de los días más importantes en la cultura mexicana.

“Mi papá nos inculcó la importancia del Día de Muertos. Nos traía a los alumbrados, a la plantada de flores y nos decía que, si no veníamos, cuando él se fuera ‘nos jalaba las patas’, y no vaya a ser cierto, pero no nos perdemos ningún año. Estamos de acuerdo en que se modernice para que vengan más personas como antes, pero también queremos respeto de los turistas”, pide Michelle Rodríguez, que asiste con sus hermanos de menos de 40 años a visitar a su papá.

Entre las tumbas todavía suenan algunos grupos de cuerdas. El espacio entre el sonidero y las bandas musicales fue dividido para que cada uno tenga su oportunidad de celebrar a su manera, ya sea con un baile o con música tradicional propia de los orígenes del festejo.

La noche avanza y empiezan los alumbrados. Conviven abuelos de barbas blancas que apenas pueden caminar y niños con disfraces de It, La Purga o La Casa de Papel.

Cada quien celebra lo mismo, pero a su forma.

Frente a un mausoleo, la señora Linda descansa y observa la interacción entre las nuevas y viejas generaciones. No le desagrada, al contrario, dice que la forma no es importante, el Día de Muertos debe celebrarse para mantener la tradición.

“Lo importante es no olvidar. Los nietos grandes se sientan a llorarle a su abuelo, los chicos se ponen a bailar, pero piensan en él, es su forma de vivir el Día de Muertos. Lo importante es preservar”, expresó la mujer de 74 años que ha venido sin falta desde 2020.

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