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Vivimos el renacer de la sociedad civil en México. Su compromiso y activismo están siendo centrales para defender a la democracia.
Lo está haciendo de la única forma como se salva la libertad: ejerciéndola.
Hay un cambio claro, cualitativo, que comienza a convulsionar el subsuelo político de México. Las oposiciones —sociedad, partidos, medios, tribunales—están arrinconando al régimen.
La elección del 2021 fue el desmontaje de un mito central: que Morena es invencible. Las oposiciones obtuvieron casi dos millones de votos más que el oficialismo en 2021. Si MC se hubiera sumado a la alianza opositora, hoy contarían con mayoría absoluta en la Cámara Baja. Controlarían el presupuesto y la Auditoría Superior de la Federación.
La victoria opositora tomó por sorpresa a Morena y a su burocracia. Falibles, mortales, se llenaron de miedo. En lugar de hacer una autocrítica y recomponer el camino, se radicalizaron.
Su arrogancia, vulgaridad y excesos tocaron el sistema nervioso de la nación e hicieron erupcionar a la sociedad civil.
Ahí se elevó una marea rosa que se está convirtiéndose en tsunami y que lo está cambiando todo.
En política gana quien impone la agenda. Y la agenda está marcada por las acciones de las y los ciudadanos a partir de una fecha precisa: el 13N.
La gran marcha nacional desencadenó la fuerza opositora. A partir de ahí, el régimen no ha tenido sino derrotas y errores.
El atentado para matar al INE murió por la fuerza de los votos opositores en el Congreso.
Desde la sociedad se modificaron las coordenadas de relevo en la SCJN al ventilar la deshonestidad de Yasmín Esquivel. Triunfó la independencia y la autonomía que ahora enderezan el rumbo de muchas decisiones.
El Plan B que buscaba destazar al INE fue desarmado por decenas de acciones legales percutidas desde diversos flancos: la sociedad, partidos e instituciones sobrevivientes defendiéndose con la ley.
La decisión de la Corte se dio tras las más nutridas manifestaciones en la historia de México, que convocaron a millones de personas independientes en más de 130 ciudades del país y del mundo.
Estalló el escándalo de corrupción de Segalmex: el más grande documentado en lustros.
El 8 de marzo la marea rosa mezcló sus aguas con otra: una violeta, de mujeres agraviadas, hartas, cansadas de la injusticia pero no de luchar.
La presión de la sociedad civil forzó a los partidos a recular en su intentona de cercenar al TEPJF: se salvó el tribunal, las minorías y la democracia dentro de los partidos.
La Corte declaró inconstitucional la militarización del mando de la Guardia Nacional. El régimen, tocado y aturdido, reviró con torpeza: “la Corte deja desprotegidas a las familias”, dijo. ¿En serio? ¿Dicen eso después de 146 mil muertos y 50 mil desaparecidos en 5 años?
Mientras tanto, la popularidad cae. Despacio, pero constante.
Los medios de comunicación no dejan de exhibir la podredumbre inocultable: un olor fétido de corrupción se desprende de los gobiernos de Morena y cada día hay mayores evidencias de una colusión con el crimen organizado.
El aparato se alista a hacer lo que sea para mantenerse en el poder. Es ya un asunto de supervivencia y, para ellos, de mantener su libertad.
Y lo que sea es lo que sea.
Nada, sin embargo, podrán. La marea crece. Desborda.
Algo ha probado la historia: nada es capaz de frenar el fervor ciudadano, de personas dignas y libres.
Hay una potente contra ola, defensora de la libertad, la democracia y la ley, que se levanta en cientos de ciudades del país.
Seguimos en marcha, cosechando victorias.
Vendrán más.
Es tiempo de optimismo. De divulgar las victorias.
Y mantenernos en pie.
Maestro en derecho
@fvazquezrig