Son las 7:00 horas y en las calles de la colonia Morelos, en el municipio de Nicolás Romero, en el Estado de México, ya se escucha el sonido de la campana de mano de la señora , quien es recolectora externa de basura junto a su pareja y su hermano, desde hace tres años.

Con ella avisa a los vecinos que el camión está a punto de pasar por sus desechos, y a pesar de ser sábado, la gente se apresura para salir con sus botes y bolsas, muchos aún con pijama y sin peinar esperan en la entrada de sus casas que la unidad comience con su ruta.

De acuerdo con la señora María Edith González, este trabajo no es para cualquier persona.

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A pesar de ser bajita, ella carga bolsas y botes con mucha facilidad, los años le han hecho aprender con todo y mañas el oficio.

Nos dice que lo más difícil fue acostumbrarse a lidiar con los residuos de la gente, ya que en muchas ocasiones tiran comida echada a perder, vidrios rotos, agujas y excremento de perro, “y estar por unas horas oliendo eso hasta el lugar donde lo depositamos es feo”.

“Para mí es un trabajo digno, es lo que nos tocó por el momento, hay que hacerlo bien y con gusto, ganamos sólo lo que la gente nos da de propinas y lo poco que se rescata de la basura, porque no tenemos sueldo ni prestación alguna como en todos los empleos.

“Muchos vecinos piensan que nos paga el ayuntamiento y nos dan dos o tres pesos por varios costales de basura, creo que no es justo, me gustaría que se pusieran en mi lugar sólo por un día para que nos comprendieran y sepan que somos tan importantes también con lo que realizamos como cualquier otro en su trabajo”, menciona.

Mientras charlamos, recorremos las calles de la colonia, las cuales la mayoría está sin pavimentar y algunas son muy estrechas con unas pendientes pronunciadas.

El señor Ángel, quien es el conductor de la vieja camioneta, una Ford 85 con la cual recolectan la basura los siete días de la semana, cuenta que hoy sólo trabajarán en esta zona. “Pasamos a un costado de una zanja donde hace una semana se volteó otra camioneta que recolecta desperdicios, la cual tuvieron que ir a sacarla con una grúa, donde por fortuna no hubo lesionados, sólo la basura que quedó regada en la calle”, nos relata, mientras maniobra con mucha destreza por una calle muy estrecha y empinada, esquivando algunos autos estacionados.

Para el señor Armando es importante que el camión esté siempre en las mejores condiciones para poder realizar su trabajo, así que él lo revisa y si puede realizar los mejoras que necesite la unidad, lo hace. “Porque la camioneta debe salir todos los días hasta el lugar más lejano, sea una brecha o barranca donde se encuentren las casas, ya que ahí también hay basura y tenemos que ir por ella”, dice.

“Para mí, ayudar a los adultos mayores, señoras y niños con sus botes me hace sentir bien con mi trabajo, el ser amable y brindar una sonrisa no me quita nada y nos permite obtener más propinas para todos”.

Para el hermano de la señora González, quien está separando la basura en el camión, cartón, vidrio, plástico, aluminio y otras cosas que pueden servir para vender, nos comenta que este es un trabajo noble porque le da para comer todos los días. Lo vemos que separa todo con la única protección de unos guantes viejos, no trae cubrebocas ni gafas protectoras para los ojos.

Al preguntarle si alguna vez se ha lastimado con algo en la basura, narra emocionado lo que le ocurrió meses atrás.

“Un día, al estar vaciando un costal, al final lo sacudí con fuerza y se me enterró una navaja de gallos de pelea que venía entre la basura, me hice una herida grande en la pierna derecha y tuvieron que cerrarla con nueve puntadas, eso es lo más feo que me ha pasado, nunca me he enfermado, y eso que en muchas ocasiones como y tomo agua cerca de los desperdicios que recogemos”.

Durante el trayecto en una calle, observa a un amigo y se va a la parte delantera del camión, de donde saca un par de botas viejas que alguien ya no quiso, le habla para regalárselas, el señor se estira hacia arriba para alcanzarlas y se marcha agradeciéndole el obsequio.

“Aquí hay para todos, sólo tenemos que ver qué ocupa quién”, nos menciona al retirarnos de ese lugar.

Son las 11:00 horas y la camioneta casi se llenó, es hora de ir a vaciarla al relleno sanitario. Los tres se ven contentos, al parecer tuvieron un buen día de propinas. Al final de la jornada pudimos comprobar que lo que comentó la señora Edith es verdad: este trabajo no es para todos.

El que esto escribe terminó con una pequeña infección en los ojos, y eso por unas cuantas horas que estuvimos con ellos. Hoy se valora y admira más a estas personas, por eso cuando pasen por la casa de uno hay que darles una buena propina y una sonrisa, porque sin ellos las casas serían unos verdaderos basureros.

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