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“Las mujeres no somos culpables cuando somos violentadas, deberíamos estar protegidas por la ley, por los policías, y son los que nos hacen sentir más culpables”.
La noche del 19 de julio, Ana fue golpeada en su casa por la entonces pareja sentimental de su hermana. “Sólo le pedí que se fuera de mi casa porque tocó en la entrepierna a mi sobrino de una manera inapropiada, no me pareció que lo hiciera, se lo externé y de inmediato cambió su semblante, se puso violento, me respondió: ‘No me voy a ir’; le reiteré que no lo quería en mi casa y él se lanzó a golpearme la cara”.
Ana narró a EL UNIVERSAL la agresión que sufrió por parte de Emmanuel “N” y, posteriormente, por las autoridades, quienes la culparon por haber sido violentada y aún, tras casi tres meses del incidente, no han detenido a su agresor, no han abierto una carpeta de investigación y no han dado seguimiento a su caso.
“Cuando recibí los golpes quedé inconsciente un momento, no supe cuánto, pero cuando volví [en sí] intenté defenderme, traté de jalar algo a mi alrededor, pero no tenía nada cerca, hasta que él se detuvo porque mi hermana le gritó que me dejara, que me iba a matar, [así que] corrí a agarrar mi celular, le hablé a la policía y se tardaron media hora en llegar”.
Señaló que los policías que las auxiliaron no la llevaron al Ministerio Público (MP), sino con un juez conciliador, en Tecamac, Estado de México. En esa oficina no sólo no le tomaron una declaración, sino que, en repetidas ocasiones, le dijeron que ella tenía la culpa de lo que le había pasado, por haber metido a un hombre a su casa y estar bebiendo con él.
“Ese día mi hermana me habló para ir a comer, cuando llegó estaba acompañada de su pareja —que no es el papá de mi sobrino—, por respeto a mi hermana los dejé entrar; en la conversación Emmanuel comentó que era su cumpleaños [y] decidimos festejarlo con una botella de vino”.
“Estaba esperando a un amigo que iría a dejar algunas cosas del trabajo; cuando llegó, lo invitamos a unirse al festejo, bebimos, pero pasada la noche se tuvo que retirar, apenas 10 minutos después se dio el altercado”, añadió Ana, quien prefirió cambiar su nombre por seguridad.
En la oficina del juez conciliador, Ana narró que los policías ahí presentes no dejaron de reiterarle que si ella no hubiera ingerido bebidas alcohólicas y no hubiera metido a un hombre a su casa, nada de eso le habría pasado, también le pidieron que pasara por alto la agresión, que sólo se trataba de un mal entendido entre familia, que no era mayor.
Aunque Ana sufrió de fractura en la nariz, los médicos le advirtieron que en un futuro tendría complicaciones para respirar, pues su nariz quedó desviada y para recuperar la forma requiere de una operación. Debido a la severidad de los golpes, la retina en ambos ojos se le desprendió, pero el grado de daño fue mayor en el izquierdo, por lo que le recomendaron una cirugía para evitar que pierda la vista más adelante.
Ya que del juez conciliador no tuvo apoyo, el 20 de julio Ana acudió al MP a presentar su declaración y, tras hacerla esperar más de dos horas, le pidieron que regresara al siguiente día. El martes 21 volvió, pero le dijeron que tenía que ir primero con el médico legista a que le evaluara los golpes, porque no podían iniciar la diligencia sin esa valoración.
Dos días después del incidente, Ana fue al médico para que ahí le dieran la constancia que necesitaba, tardó otros tres días, y una semana después del incidente el MP le tomó la declaración.
“Cuando me hicieron mi declaración la escribieron en una hoja blanca de papel y con lápiz, ni siquiera un bolígrafo”, dijo.
Tras ellos, la policía y Ana fueron al departamento del agresor. Al llegar y no hallarlo, regresaron al MP, donde le entregaron dos oficios y le dijeron que era todo: “Han pasado casi tres meses y no me han llamado, he ido cada semana a pedir informes (...) estoy segura de que no hay carpeta”.