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Desde el primer tiro, jóvenes caen muertos y heridos. Los asesinos están en los edificios de la Plaza de las Tres Culturas, que es escenario del horror. Si las balas salen de todas partes, la sangre humana baña el lugar: pisos, paredes, escaleras, interiores de departamentos. Es el ataque más sanguinario de la época.
A los tiroteos, sigue la toma de los edificios por parte del Ejército, el allanamiento de departamentos, donde hay muertos, víctimas de balas perdidas, y miles de hombres y mujeres son detenidos y trasladados al Campo Militar 1.
El saldo es impreciso: para el gobierno mueren entre 30 y 40 civiles y apenas unos tres soldados, y hay casi mil 500 detenidos.
La identidad de la fuerza que ha atacado a la plaza y al Ejército, “ojalá y la supiéramos”, según dice el entonces secretario de la Defensa Nacional (Sedena), Marcelino García Barragán, en una declaración después de medianoche.
Se congregan unas 5 mil personas en la explanada. En el plan del secretario García Barragán, los militares van por los dirigentes estudiantiles, que se ubican en el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua.
Batallones de Infantería, Paracaidistas, de Reconocimiento Blindado, deberán tomar posiciones en tres puntos de la Plaza de las Tres Culturas y dejar que la gente desaloje el área por la parte trasera del edificio Chihuahua, mientras las cabezas del CNH son detenidos. Infiltrados de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) los tienen a la vista.
Un grupo paramilitar, perteneciente al Batallón Olimpia, que se compuso con más de mil 500 elementos está presente, como ocurrió en la toma de Ciudad Universitaria y la del Casco de Santo Tomás. Disparan sin pausa. El fuego más intenso lo hacen desde los edificios Chihuahua, 2 de abril, ISSSTE, Molino del Rey y Revolución de 1910. Ocupan departamentos y azoteas de unos 12 edificios, con expertos tiradores dotados con armas de alto poder. Han entrado a la escena a matar.
Faltan 10 días para la inauguración de los Juegos Olímpicos. En la Ciudad de México, en el país, en el mundo, la incertidumbre matiza el ambiente, por la agitación social que causa un movimiento estudiantil.
La idea es que el miércoles 2 de octubre de 1968 pase a la historia como el día en que las manifestaciones terminan, para que en santa paz se lleven a cabo los Juegos Olímpicos.
Ya no hay tiempo para la vía de solución política. Infiltrados en el CNH consiguen que se convoque a un mitin aquí, donde hay tantos puntos de tiro, a las 17:30 horas.
Transcurre el mitin en orden. Dos helicópteros sobrevuelan la plaza. Hay cientos de soldados en las avenidas cercanas a Tlatelolco. A las 18:10 horas caen luces de bengala en el flanco del templo de Santiago.
Es una señal a los tiradores de los edificios para abrir fuego, y a otros a pie entre los manifestantes y en la planta baja del edificio Chihuahua.
Dura más de una hora el fuego intenso, hasta que se impone el mando de la Operación Galeana, de Crisóforo Mazón Pineda, sobre ese cuerpo paramilitar, formado para la seguridad de las instalaciones olímpicas, bajo las órdenes del jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza.
El comandante militar de la Operación Galeana, “soy yo”, dice García Barragán. Después de amanecer, Mazón Pineda reporta 30 muertos, 87 heridos y casi mil 500 detenidos.
Y nunca más se sabrá nada, ni los nombres de los militares muertos.