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América Latina tiene un largo historial de golpes de Estado y dictaduras. Y en cualquier país de la región la acumulación de poder por parte de las Fuerzas Armadas suele encender las alarmas, pero no en México, donde el peso de los militares es ya tan grande que “no hace falta un golpe de Estado”.
A esa conclusión llega la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) en un análisis de Stephanie Brewer titulado México militarizado: la guerra se perdió, pero la paz no llega.
Aunque México no ha sufrido algún golpe militar, el análisis señala que “el peso de las Fuerzas Armadas mexicanas dentro y fuera del ámbito de la seguridad puede significar que no hace falta un golpe de Estado para que las instituciones militares ejerzan niveles de poder que, sin constituir un gobierno militar, tampoco hablan de una institucionalidad democrática saludable”.
No sólo la seguridad está en manos militares desde hace varias administraciones, sino que en la actual se han convertido, además, en ejecutores “de componentes importantes del proyecto de gobierno”, incluyendo el control de puertos y el otorgamiento de proyectos de infraestructura.
“La desmilitarización no sólo no ha llegado, sino que López Obrador ha apostado por profundizar diversos aspectos del modelo militarizado”.
Brewer recuerda que este mes cumple un año el acuerdo por el que se aprobó que las Fuerzas Armadas participen en tareas policiales hasta 2024. Hace dos años, además, se creó la Guardia Nacional, un nuevo cuerpo de seguridad que, si bien depende de una institución civil —la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana—, es en realidad “una fuerza militarizada” que opera, según documentos oficiales publicados por medios que el gobierno no ha desmentido, “bajo la coordinación de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena)” y que además está integrada mayoritariamente por militares.
En 15 años de militarización, dice el organismo no gubernamental, no se han instalado “estructuras y prácticas eficaces contra la violencia a nivel nacional”. No sólo no se avanzaron soluciones, sino que la militarización terminó por convertirse en una “adicción que posterga indefinidamente esas soluciones”. El modelo bélico ha tenido resultados que Brewer califica de “catastróficos”, con un drástico aumento de homicidios, violaciones a los derechos humanos y desapariciones forzadas cometidas por el Ejército, la Marina y otras fuerzas de seguridad.
Al papel “protagónico” que tienen las Fuerzas Armadas en la estrategia de seguridad se suma la decisión del Presidente de “asignarles otra gama de funciones”. La Semar, detalla el análisis, tiene el control y administración de puertos. La Sedena también juega un creciente papel en el control de aduanas.
Si bien, aclara, las Fuerzas Armadas ya han participado en proyectos de infraestructura en otros sexenios, López Obrador les ha concedido un “llamativo papel en obras prioritarias de gran escala”, como la construcción de sucursales del Banco del Bienestar y de aeropuertos a la Sedena, igual que la construcción del Tren Maya. La Marina construiría el Corredor Interocéanico.
“Con la seguridad en manos militares, y con las Fuerzas Armadas como ejecutoras de componentes importantes del proyecto de gobierno, es dable cuestionar qué margen de poder conserva el gobierno civil frente al estamento militar”.