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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Acusado de lanzar una bomba molotov durante un mitin, Gilberto Rincón Gallardo fue encarcelado en Lecumberri en junio de 1968. Pese a que su padre estaba en prisión cuando sucedieron los hechos del 2 de octubre, Lídice Rincón Gallardo, presidenta de la fundación que lleva el nombre de su padre, lo describe como un personaje “clave” para la defensa de las libertades que en ese momento se demandaban.
A 50 años del movimiento estudiantil de 1968, Lídice recuerda las anécdotas que su padre le contó sobre el acontecimiento, al cual calificó como un “pilar fundamental” para el cambio democrático en el país.
Dice que para su familia fueron muy duros los años que Gilberto Rincón estuvo en la cárcel; sin embargo, éste siempre trató de contarles las anécdotas constructivas y dejar de lado lo negativo.
“Recuerdo que nos contó que una vez soltaron a los presos comunes con los políticos, a manera de provocación, con la intención de agredirlos, de golpearlos, incluso de matarlos. También nos hablaba de cómo [José] Revueltas escribió El Apando, el cual surgió a partir de personajes reales, con ese tipo de historias fue con las que crecí.
“La democracia que tenemos hoy en día, incipiente o no, se obtuvo por esos hombres que estuvieron presos y a los que perdieron la vida en aquella época, incluso la lucha por los derechos sexuales y reproductivos se inició desde esos tiempos”, enfatiza.
La principal lección del 68, añade, fue que la violencia no resuelve los conflictos en ningún contexto.
Lamenta que a cinco décadas de distancia, aún se desconozcan las cifras exactas de cuántas personas perdieron la vida sin que nadie haya sido inculpado, por lo que exige que continúen las investigaciones para esclarecer los hechos.
“Desafortunadamente en este país impera la corrupción y la impunidad, da mucha tristeza saber que por ser funcionario público puedes cometer un crimen y salir bien librado. En el caso del 68 no se castigó a nadie, vivieron de manera tranquila, tras matar y torturar gente”.
Motivado por la defensa de las libertades, Rincón Gallardo se involucró en el movimiento estudiantil desde las filas del Partido Comunista. Mientras estuvo preso, de 1968 a 1971, en el Palacio Negro convivió con personajes como Pablo Gómez, Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Rodolfo Echeverría y José Revueltas.
“[Gilberto Rincón Gallardo] siempre luchó por la gente con pocos recursos, aquella que estaba en desventaja”, detalla.
Su admiración por Luis H. Álvarez lo llevó a comenzar su trayectoria política en el Partido Acción Nacional (PAN), pero tras el movimiento ferrocarrilero se dio cuenta de que estaba en las “filas equivocadas”. Su interés por defender a los campesinos para que fueran propietarios de la tierra que trabajaban lo condujo a formar parte de la Central Campesina Independiente y luego a militar en el Partido Comunista.
Debido a esta experiencia se integró al movimiento estudiantil de 1968. Lídice comenta que pese a la discapacidad que tenía su padre —uno de sus brazos era más pequeño—, fue encarcelado por “arrojar con toda destreza una bomba molotov”. Con esa ocasión sumaron 32 veces las que estuvo en prisión.
Gilberto ingresó al penal en junio, cuatro meses antes del 2 de octubre, siguió con incertidumbre, a través de los dichos de sus compañeros en el Palacio Negro, lo que ocurrió esa tarde de hace casi 50 años.
Lídice comenta que su padre le contaba la angustia que experimentó al no poder enterarse de lo sucedido, puesto que su esposa, Silvia Pavón, con siete meses de embarazo, había asistido al mitin en la Plaza de las Tres Culturas.
Recuerda que su madre fue a Tlatelolco a visitar a Renato Leduc para pedirle que fuera testigo en su boda. Tenían planeado asistir al mitin, pero al ver a los policías y la gente corriendo, cambiaron de idea.
“Mi mamá contaba que sintió mucho miedo al escuchar la balacera, los jóvenes corriendo y ella buscaba cómo salir de ahí. Incluso me dijo que aunque estaba embarazada de siete meses, saltó una barda. Iba con mi abuelito, quien era administrador de la penitenciaría de Lecumberri, mostró sus credenciales y fue como pudo salir de Tlatelolco”, narra.