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La Sonora Santanera canta Luces de Nueva York cuando la gente abre paso a Claudia Sheinbaum, quien queda atorada en el filtro de seguridad de acceso a gobernadores, empresarios e invitados al festejo por el primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, quien llama al pueblo su “ángel de la guarda”, el cual responde con una aclamación en un Zócalo lleno.
Todo está listo para que el Presidente hable desde un escenario en el que sólo él y la Bandera caben en el cuadro de la televisión. Dos horas y media después, al cierre de su mensaje, este hombre de plazas colmadas por multitudes reafirma su liderazgo con una sacudida emocional: “En los momentos más difíciles siempre he tenido un ángel de la guarda que se llama pueblo”, dice en el último minuto de su mensaje.
El Zócalo se entrega al líder, al seductor político. Muchos no lo ven pero lo escuchan con atención. Se nota la emoción en las madres que cargan bebés nacidos en la Cuarta Transformación, en ancianos que sentados se amontonan por escuchar decir al Ejecutivo: “Ustedes siempre me han apoyado y me han sacado a flote”.
La reacción viene a la velocidad de la Luz: “¡Es un honooor...”
El mensaje de López Obrador es emocional: “Al pueblo le debo todo lo que soy, por eso lo seguiré escuchando y sirviendo, y nunca jamás lo traicionaré”.
La amalgama de multitudes ha llegado al Zócalo desde colonias a la redonda, de Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, o de Metlatónoc, Guerrero, y se entregan al Mandatario federal: “¡No estás solo! ¡No estás solo!”
Aplauden, gritan y la agitación aumenta cuando exclama: “Sólo soy un dirigente, el pueblo es el gran señor, el amo, el soberano”.
“Dios salve al Peje”, señala una familia en una cartulina. “Antes era ateo; ahora creo en AMLO”, anuncia otro seguidor.
El líder sella lo dicho con un “¡Viva la Cuarta Transformación!” y tres vítores a México.
Es el primer Presidente que celebra en el Zócalo el primer año de su sexenio.
Ha dicho que hoy lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir. Tiene razón: se ven filas de autobuses en las inmediaciones, para el lonche, para pasar lista de control al final de la ceremonia. Si fuera campaña electoral, se llamaría mitin. Las mantas con la identidad y procedencia de los grupos, entre ellos la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y el emblema de Morena. Todo revela una impronta, la del PRI setentero.
La falta de orden en el evento ha impedido el paso a personajes de la nueva clase política —como Gerardo Fernández Noroña: el diputado grita, exige y logra entrar. Antes, los cancerberos se enorgullecen de negar el paso, “cumplimos órdenes”, dicen.
El calor del mediodía parece de mayo, no de diciembre. Antes que al Presidente, la multitud escucha La Boa, El Ladrón y El Yerberito, exitazo musical de Celia Cruz.
Por el flanco de la Catedral, cerca de la Puerta Mariana, quiere entrar el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), Santiago Nieto Castillo, pero no pasa, y de nada le sirve el poder flamígero que ostenta. Lástima.
Para Porfirio Muñoz Ledo se abren las aguas del mar de gente y penosamente pasa la silla de ruedas con el diputado raso.
Yeidkol Polevnsky es una desconocida en el filtro donde no hay consideraciones para nadie. Tiene que esperar.
El único que tiene ángel de la guarda es López Obrador.