En una mañana fría, la revolución de Fidel, Raúl y El Che, la que se fraguó en el café La Habana de la Ciudad de México, la que salió en 1956 de Tuxpan a bordo del Granma, la que tuvo la simpatía del general Lázaro Cárdenas, la que ha luchado desde los 60 contra el bloqueo, la de Cuba, llegó al corazón político y social de México.
Un minuto antes de las 10 de la mañana se abrieron las puertas del patio de honor de Palacio Nacional. Entonces aparecieron el heredero político de Fidel Castro, el presidente Miguel Díaz-Canel, y el presidente Andrés Manuel López Obrador. Caminaron despacio, serios, duros, para, un instante después, alinear el eje México-Cuba.
Los mandatarios caminaron por el circuito del Zócalo, 200 metros quizá, acompañados por sus respectivas esposas hasta un templete colocado al pie del balcón central de Palacio Nacional. Ahí esperaban las figuras de la izquierda lopezobradorista y el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
López Obrador izaría la Bandera monumental y pasaría revista a las tropas. Díaz-Canel vería desde el templete. Se tocaría el Himno Nacional con 20 cañonazos de salva. Enseguida, un mensaje del general Luis Cresencio Sandoval. Díaz-Canel y López Obrador casi no se veían.
A lo largo de esos 15 minutos, al igual que los nombres de Juárez y Cárdenas, de Céspedes, Bolívar y Martí, la voz de Díaz-Canel inundó un Zócalo sin pueblo con los nombres de Fidel y Raúl Castro, de Ernesto Guevara, de María Antonia González, Antonio del Conde, Arsacio Vanegas y Dick Medrano, de Irma y Joaquina Vanegas... de aquellos que encendieron la Revolución Cubana.
Al concluir hubo aplausos, breves, una señal de abrazo lejano con López Obrador. Entonces habló el Presidente de México. Fue un discurso duro, de 23 minutos.
“El día de hoy recordamos esa gran gesta histórica y la celebramos con la participación del presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel, quien representa a un pueblo que ha sabido, como pocos en el mundo, defender con dignidad su derecho a vivir libres e independientes”, dijo. A unos metros, desde las gradas, los escuchó el nuevo embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar.
Inició el desfile. A lo largo de dos horas y 40 minutos los mandatarios fueron cediendo en ese trato duro, hosco, sin brillo del inicio del evento. De a poco hablaban en corto, aplaudían. Díaz-Canel se inclinaba para acercarse y escuchar a López Obrador, y luego cambiaban.
Fue un inicio lento de ese diálogo de dos hombres de izquierda que en su discurso luchan contra el imperialismo y el neocolonialismo.
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