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La nueva titular del Servicio de Administración Tributaria, Margarita Ríos-Farjat , es abogada, profesora en la Facultad Libre de Derecho de Monterrey , editorialista en medios de comunicación, es maestra en derecho fiscal y doctora en política pública, pero también poeta .
De acuerdo con una reseña profesional de Ríos-Farjat tras una publicación en la UNAM , se indica que es originaria de Monterrey, Nuevo León . Se le presenta como “abogada y poeta” .
Además, fue “becaria del Centro de Escritores de Nuevo León (1997-1998)”. Fue “primer lugar de los concursos Literatura Universitaria (UANL, 1993)”, así como en “Poesía Joven de Monterrey (1997) y Nacional de Ensayo Jurídico (Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, 2000)”.
Se menciona que ha sido editorialista de “El Porvenir (1993-1995); autora de los poemarios Si las horas llegaran para quedarse (Oficio Ediciones, 1995) y Cómo usar los ojos (Conarte/Bonobos, 2010). Su poesía aparece en varias antologías, recopilaciones y revistas”.
El pasado 7 de noviembre del año pasado, Ríos-Farjat presentó el libro Solón Argüello. Antología Poética , editado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla , de la también poeta, escritora, comunicologa y esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador, Beatriz Gutiérrez Müller , en la Universidad Autónoma de Nuevo León.
De acuerdo con una nota de la universidad , en el libro Gutiérrez Müller rescata la figura del poeta nicaragüense Solón Argüello .
Aquí te compartimos un poema de Ríos-Fajart publicado en Punto de partida de la UNAM
Añoranzas
Un desierto
que hoy se sigue llamando Tacubaya.
Nada quedó.
José Emilio Pacheco
Dice José Emilio
que de Tacubaya nada quedó.
Octavio Paz añoró siempre el Mixcoac que se le fue.
Mixcoac me recibió
como la rama del roble al pájaro que cae del nido
y no sabe dónde está. Y Tacubaya
era su nombre de palo de lluvia girando en el tiempo
vía de paso de espíritus de agua peregrinos bajo el cielo. Y como ellos
y como tantos
también yo fui un espíritu de agua cruzando Tacubaya
un pequeño río brotando de Mixcoac y cascada en Chapultepec cada domingo,
y un espíritu de bosque palpando las cortezas de la infancia,
madera adolescente de Insurgentes al Zócalo, y de Los Juárez a San Borja.
También yo tracé con largas ramas
el camino de la escuela, del parque hundido y de mi casa,
y de temibles consultorios y abigarradas misceláneas
y del cine y las amigas iluminando las cafeterías,
y las librerías interminables de Donceles donde me hablaban tantas voces que
nunca se callaron.
Y con otros niños tejí la enredadera de mi infancia por más de una década
y en menos de un instante,
y se me trazaron en opresivas venas las calles, las aceras
y las huellas de patines entre estacionamientos, entre paréntesis,
entre las etapas de la vida,
en la sala de espera interminable de los veinte años —que no llegaban nunca—
y entre largas cuadras de paciencia para llegar a cualquier lado
el cotidiano sentido de la trayectoria sobre la gran ciudad, sobre la vida
y sobre la balanza del tiempo y sus horas de plomo.
También hundí raíces debajo de edificios
porque la tierra de Mixcoac es tierra buena
y húmeda y no es agreste
y colgué altas hojas y colgué mis sueños
entre azoteas anaranjadas y serenos monumentos
en las ventanas abiertas de la gran ciudad
grande para no ser nadie para ser sólo uno mismo y ser de aire
y volar en polución de nubes o a los volcanes si alcanza la vista
o encarnarse como encino en el Ajusco, donde el agua brota,
donde el agua cae, un espíritu de agua rondando el gran Distrito.
¿Y dónde están ahora esas hojas y esos sueños?
No, no es que no quede nada
es que las mudanzas de la vida son pesadas
se rompen uñas y raíces por no irse y queda el alma como planta mutilada.
No hubo tiempo para descolgar los verdes sueños y las altas hojas, tuve que
inventarme otras
con la raíz a medias y en la tierra agreste, sin uñas ni defensa propia.
Allá quedó una parte de mis pies y una parte de mis ojos,
allá quedó el nido de altas hojas y resecos sueños
y quién sabe si hoy regreso lo que encuentre.
Y no es que añore Mixcoac ni calle alguna, ni la luz de un sol determinado
sino todo el escenario como era
y a mis amigos niños, sin todo ese futuro del que se llenaron
y del que yo ya no fui parte.
Dicen que hace tanto no quedaba nada y para mí estaba todo
dicen que ahí sigue y no lo encuentro en parte alguna.
Los poetas se añoran a sí mismos, cada día se van perdiendo,
dejan todo, se reinventan, se vacían,
se detienen frente al tiempo a reclamar su paso,
se detienen en el tiempo y se reclaman a sí mismos,
nada les pertenece y todo es suyo, se cruzan de brazos, se extienden.
Son libres y se dan la vuelta.
Los poetas se añoran a sí mismos, eso es todo.
Quede o no quede ya nada.
jno