nacion@eluniversal.com.mx
Porfirio es uno de los políticos que más sabe de los asuntos de Estado y cómo se cuajan, pero esta tarde se ocupa en lo suyo, en uno de los problemas más delicados de los que haya habido en México.
El episodio de hoy empieza en los Pasos Perdidos del Senado, un área que es como un Olimpo reservado para las personalidades.
Allí se encuentra con Marcelo, el canciller; el hombre de mundo en el gabinete de la Cuarta Transformación, quien en las soledades del poder es la figura del momento, coordina un gabinete de crisis, casi, casi, para salvar a México de un infierno en 45 días.
En la cuenta regresiva, éste es el día 38 y así lo dice ante la Comisión Permanente del Congreso de la Unión. Pero senadores y diputados lo oyen sobrado, con el toque de satisfacción que le dejó evitar la aplicación de aranceles a costa de un millón de empleos. Porfirio ha ido por él a la sección vedada, a los sin fuero, le ha hablado al oído, y Marcelo lo ha escuchado.
Esgrimista de ideas, Porfirio mueve sus manos finas de dedos largos y lo llama “mi querido Marcelo”, y suelta: “¿Hay otro pacto o no hay otro pacto? Estados Unidos dice que sí”.
Habla de los trabajos extras que acumula el canciller y aconseja: “No conviene que asuma todas las funciones, que no lo hinchen tanto, porque me lo van a reventar”.
El político, quien prepara maletas para ir a Osaka, Japón, a la cumbre del G20, le dice que sabe que “el inflamiento es lo peor que puede haber y le agradezco su gestión para el desinflamiento relativo”.
Ocurre una alquimia política y después de escuchar palabras enérgicas de la oposición y de sus compañeros de causa, dice que estos diálogos, que pudieron ser vistos en Washington como debilidad, “los podemos hacer fortaleza”.
Ahora dice: “Yo los vengo a invitar a que me ayuden, a que vayamos juntos”.
Sabe más Porfirio, por hombre de Estado...