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En medio de una nube de micrófonos, reporteros y fotógrafos, Rosario Robles volvió a pisar un reclusorio de la Ciudad de México.
Hace 15 años lo hizo para visitar al empresario Carlos Ahumada, con quien tenía una relación cercana; ayer lo hizo para enfrentar a la Fiscalía General de la República, que la acusa de uso indebido del servicio público.
Son las 9:57 de la mañana, el sol comienza a sentirse con fuerza en la Ciudad de México, y una lujosa camioneta blanca BMW se detiene frente a los Juzgados Federales del Reclusorio Sur. Del vehículo desciende Robles, quien viste de blanco, y esboza una pequeña sonrisa.
No tiene que esperar a llegar a la sala del juez de control del reclusorio para escuchar acusaciones. Apenas da unos pasos y le gritan: “¡Corrupta!”, “¡eres una nefasta corrupta!”... Se trata de extrabajadores de la extinta Ruta 100.
Sin inmutarse, Rosario trata de caminar rumbo a la entrada de los juzgados del penal capitalino, pero una marea de reporteros se lo impide. Sus dos hermanas, que llegaron poco antes, la abrazan para protegerla de los empujones.
Ante la insistencia de los reporteros, la exsecretaria de Estado se detiene y dice que, como lo había prometido, está dando la cara, “como la he dado siempre y muy tranquila”.
Rodeada de sus abogados y sus familiares, entre ellos su hija Mariana Moguel, la expresidenta del PRD entra a los juzgados a escuchar la imputación que le hace la Fiscalía General de la República, que busca vincularla a proceso por el delito de ejercicio indebido del servicio público en el caso de la llamada Estafa maestra.
Dos horas más tarde, ya en la sala judicial, fiscales la acusan de haber ocultado información del desvío de recursos por más de 5 mil 73 millones de pesos. Se mira tranquila en los primeros minutos de la audiencia. Sin embargo, el semblante le cambia cuando escucha las imputaciones de la Fiscalía donde la acusa de ser autora directa del delito.
Segundos después, su inseparable Mariana se acerca, la acaricia y la abraza. Un movimiento de Rosario le indica que tiene frío, su hija le acerca un abrigo negro, su vestido blanco de algodón no le da para soportar el frío que se siente en la sala.
A las 15:00 horas el juez decreta un receso y Rosario sale a toda prisa de la sala. Dos horas después regresa a seguir la audiencia.
Suman más de siete horas y se mira cansada, pero firme. Las acusaciones siguen en su contra. La FGR asegura que ella tenía conocimiento de los millonarios desvíos a su paso por la Sedesol y la Sedatu. Su defensa lo niega.
Son más de las nueve de la noche y la diligencia sigue. La exfuncionaria está tranquila, pero se mira pensativa, y a veces se pierde en sus pensamientos, como aquellos que recuerdan sus tiempos de gloria.
Son casi las 10 de la noche. Rosario Robles Berlanga, aquella joven que en sus tiempos universitarios soñaba con la revolución socialista, está sentada en el banquillo de los acusados con ánimo de defenderse. La audiencia concluye. Ella respira profundo.
Comienzan a caer algunas gotas de lluvia en la negra y fría noche que pronostican un clima adverso fuera y que se sentirá, también, dentro del juzgado.
La diligencia seguirá el próximo lunes.