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Toda una vida de servicio en el Senado ha transcurrido como estenógrafo parlamentario Enrique Montes Sánchez, cuando súbitamente su nombre y su mérito ingresan al Diario de Debates, en el que están miles de horas transcritas por él del curso de las sesiones, como en la que el pleno le tributa un aplauso extenso y cálido.
A punto de concluir la histórica sesión de casi 24 horas sin pausa, 23 horas 35 minutos para ser exactos, que empieza el 14 de diciembre y acaba el 15 de diciembre de 2017, el presidente del Senado, Ernesto Cordero Arroyo (PAN), dice a la asamblea: “Antes de dar un muy breve mensaje final de lo que hemos hecho en este periodo, quiero rendirle con mucho cariño un aplauso a don Enrique Montes Sánchez”.
Director del Registro Estenográfico del Senado, Montes Sánchez, en ese momento toma nota de la sesión con el aparato de 22 teclas, el estenógrafo, nombre con el cual se ha dado en llamar por muchos su oficio de estenógrafo parlamentario.
“Este año cumplió 55 años ininterumpidos trabajando para el Senado. don Enrique, muchas felicidades”, expresa Cordero Arroyo, dos veces presidente de la Mesa Directiva, quien ha conocido la tarea de este hombre que llegó a la Cámara Alta en 1962, cuando era presidente de la república Adolfo López Mateos.
Montes Sánchez se pone de pie. Al lado de la tribuna, en una silla de patas de metal, se sienta el estenógrafo, también llamado taquígrafo parlamentario (forman un equipo de ocho, en la actualidad). El instrumento de trabajo tiene su propio soporte móvil. Con un ademán agradece el reconocimiento a Ernesto Cordero. El aplauso se extiende en la sala y cuando voltea ve a los senadores de pie en sus escaños en su honor.
Conmovido, sus ojos se humedecen. “Gracias, gracias, gracias”, es lo que alcanza a decir este hombre que en su juventud fue a una academia a prepararse en esta tarea sin la cual la vida parlamentaria carecería de registro. De hecho, entró a trabajar por la azotea. En un tapanco, en la casona senatorial de Xicoténcatl estaba la oficina de la estenografía. Ahí practicaba en el uso de la máquina de escribir, en ausencia de los taquígrafos parlamentarios, cuando se necesitó quien tomara un dictado. Cumplió esa tarea y 55 años después, sigue. Han transcurrido 19 Legislaturas. Está listo para la vigésima.
Orgulloso de haber participado de las sesión del 14 y 15 de diciembre pasados, la que no tuvo recesos, dice de esa jornada: “Fue una sesión grande”. Empezamos a las 8:00 de la mañana anterior, y a las 11:30 del día siguiente, “estábamos sin rasurar, sin bañar. Las senadoras dieron muestra de cariño al trabajo”.
¿Esa fue la sesión más larga? ¿Cuál es la más breve?
—La más breve, la del martes 11 de septiembre de 2001. Consistió en un pronunciamiento de la mesa directiva, de 175 palabras, de solidaridad con el pueblo de Estados Unidos. Cuando llegué a la oficina, en la televisión vi la caída de las Torres Gemelas de Nueva York. Hubo conmoción.
Cuando empezó a trabajar en el Senado, ¿los legisladores se dormían en la sesión?
—Algunos se dormían. Hubo un senador, José Rivera Pérez Campos, jurista, ex ministro de la Corte, que todo lo que decían se lo grababa, oyendo todo, con los ojos cerrados. El líder Enrique Olivares Santana le decía: “Defiende el caso, José”. Y los que pensamos que estaba dormido, nos sorprendía al dar contestación a todo.
¿Llegó a realizar la transcripción estenográfica de Fidel Velázquez?
—Venía poco y casi no hablaba. Entonces había 60 senadores, el pleno sesionaba de septiembre a diciembre.
¿Era un Senado de medio tiempo, entonces? ¿Pequeño?
—Nos acomodábamos en Xicoténcatl y estábamos en contacto con todas las áreas. Del Senado salió una Miss México, en 1971, fue María Luisa López Corzo, trabajaba en la Gran Comisión y fuimos amigos.
¿Con la pluralidad el Senado deja la monotonía?
—El primer senador de oposición fue Jorge Cruickshank García, del Partido Popular Socialista (PPS); él subía a tribuna y abría debates; luego con el PRD entró Porfirio Muñoz Ledo y llegó a subir 20 veces a tribuna en una sesión.
¿Qué oradores recuerda más como grandes tribunos?
—Andrés Serra Rojas. Su timbre de voz impactaba, dominaba el salón, atrapaba la atención. Es de los años 60. Luego en 1991, fue condecorado con la medalla Belisario Domínguez. En esa misma Legislatura, hubo dos senadores que, como don Andrés, habían sido ministros de la Suprema Corte. Se sentaban juntos y tuvieron debate entre ellos: siendo amigos no estaban de acuerdo en alguna cosa. Rafael Matos Escobedo, de Yucatán, y Juan José González Bustamante, de San Luis Potosí.
¿Eran amigos, priístas y se contrapunteaban?
—En algún dictamen. Estaban en la primera fila del salón, cerca de la tribuna que sólo tenía un atril. Después se puso el segundo.
¿La oratoria en tribuna ha cambiado, las intervenciones ya son más espontáneas, se dicen palabras altisonantes e incluso ofensivas?
—Se han dado casos en que toman la palabra, se tiran y se ofenden. Cuando cambian de partido se expresan contra lo que alguna vez defendieron. Nos concretamos a tomar lo que dicen. En ocasiones se ponen de acuerdo para retirar de la versión estenográfica expresiones que lastiman o son inapropiadas.
Cuando se acaloran, ¿hablan de más?
—Como cuando Irma Serrano, senadora del PRD, les dijo: “Ustedes saben con quién anduve y de los que están aquí veo como seis o siete con los que me he ensabanado”. Ella decía las cosas así. Y la transcribíamos, desde luego. Después reclamaban con las autoridades mayores que se retirara algo del Diario de los Debates, pero todo lo registraban los periodistas. Ahora también se ve en el Canal del Congreso y en las redes sociales.
¿Hay legisladores con dicción pésima, que además entrecortan sus palabras?
—Sí. Y otros se alejan del micrófono, se voltean y no se registra lo que dicen. Después con calma se revisan los textos.
¿Quiénes forman su equipo?
—Fernando Martínez Medel, Raúl López Ortiz, Claudia Jacobo García, Patricia Jacobo García, José Luis Cabrera García y Martha Patricia Flores López. Cada uno tomamos turnos de 10 minutos, y nos apoyan en todo lo necesario Everardo Santiago, Habib Gama Sandoval, Jaime Alvarado Medina y Enrique Medina Zúñiga.
¿De qué tamaño es la carga de trabajo actual?
—Realizamos la versión estenográfica de 40 sesiones del pleno al año; de 16 de la Comisión Permanente, de comparecencias, foros, sesiones solemnes, de reuniones con aspirantes a cargos para ministros, embajadores, de más titulares de cargos que vota el Senado. Nos envían grabaciones para transcribir seminarios y hasta presentaciones de libros. En total, más de mil horas, entre ocho estenógrafos o taquígrafos parlamentarios.
¿Dan la impresión de que su ubicación en el pleno es improvisada?
—Nadie previó nuestro espacio, en la nueva sede de Paseo de la Reforma, como se tiene en los parlamentos del mundo, en la parte baja de la tribuna, de frente al pleno, con una mesa de trabajo apropiada, con una bocina cercana. Aquí estorbamos, a veces no vemos a quien habla.
¿Qué mensaje le daría a las nuevas generaciones de taquígrafos parlamentarios?
—Todo trabajo, si le gusta a uno, debe ser apasionante. Esto es lo que me gustó y lo estudié hace muchos años. Les diría que cumplan siempre con el trabajo que les encomienden y esforzarse en hacer las cosas mejor.