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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
La situación actual del país tiene a los jóvenes pesimistas, pero esperanzados en la convicción de que es necesario actuar para cambiar las cosas, confió el rector de la Universidad Iberoamericana, David Fernández Dávalos.
Desde su oficina en el campus Ciudad de México, en Santa Fe, el sacerdote jesuita confía que los jóvenes están conscientes de lo que México se está jugando en este proceso electoral y por eso participarán en el mismo.
Su situación es crítica y tienen poca confianza en el futuro, pero mantienen la esperanza de que desde la colectividad pueden cambiar el rumbo del país.
Sobre las elecciones presidenciales, pidió confiar en el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, pero llamó a imponer controles ciudadanos para garantizar que actúen con “imparcialidad y pulcritud técnica”.
¿Cómo ve a los jóvenes en este proceso electoral?
—Involucrados. Se ha dicho que las nuevas generaciones son apáticas respecto a lo público y lo político. Creo que no es así, tienen otros modos de participación y convocatoria, les interesan cosas distintas pero están involucrados, conscientes, saben de qué se trata. Algunos no han decidido su voto, pero independientemente de la clase social, que puede tener diferentes simpatías, todos están atentos a la coyuntura y con muchas ganas de participar. Hay efervescencia entre los jóvenes: claramente están conscientes de lo que se está jugando en el país en estas elecciones.
¿Qué le espera a este sector poblacional ante tragedias como Ayotzinapa y los estudiantes de cine de Jalisco?
—En los últimos sexenios, los jóvenes han sido desatendidos y agredidos. No ha habido una propuesta que genere trabajos para ellos. Solo una minoría, apenas 37% de jóvenes, tiene posibilidad de acceso a la universidad; los otros están en empleos precarios y sin atención del Estado.
Son víctimas de la violencia...
—También son las víctimas de la guerra: los sicarios o los estudiantes de Jalisco, los que están desaparecidos en Oaxaca, Tierra Blanca, Ayotzinapa: víctimas que no tenían nada que ver con la confrontación; o bien como efectivos militares o policías. En realidad 80% de los 200 mil muertos que llevamos son jóvenes, las víctimas más importantes de lo que se ha llamado la guerra contra el narcotráfico.
¿Es un panorama de desesperanza?
—Es de pesimismo desde la inteligencia, pero de optimismo en la voluntad. Los jóvenes son conscientes de que estudiar una carrera no les garantiza trabajo y condiciones mejores que las de sus padres. Son pesimistas, pero al mismo tiempo están activos tratando de transformar la realidad, participando en pequeños colectivos, en organizaciones sociales, proyectos populares. Hay esperanza, no porque tengan certeza de que las cosas van a mejorar, sino porque tienen la certeza de que deben hacer algo para irrumpir en este momento de una manera decisiva y cambiar el rumbo de lo que ha ocurrido en los últimos años.
En 2018 se cumplen 50 años del movimiento estudiantil de 1968, ¿se puede comparar la juventud de ahora y la de entonces?
—Son circunstancias distintas. En ‘68 se luchaba por espacios democráticos, de expresión y participación, por derechos civiles y políticos. Hoy, los jóvenes también están luchando por acceso a información objetiva, participación en los medios,salarios suficientes y dignos, trabajos para todos en condiciones de decencia, un medio ambiente sano. Son otras reivindicaciones y momentos distintos, no hay un paralelismo y no tenemos el Estado desvergonzadamente autoritario que teníamos entonces. El espíritu generoso, participativo, abnegado y comprometido de los estudiantes ha permanecido.
¿Por qué no se ha podido repetir una movilización como la de 1968?
—Hay muchas explicaciones: las pantallas en las que estamos involucrados culturalmente todos y todas: a veces el muchacho entiende que participar en las redes sociales es lo mismo que participar políticamente, cuando no [es así].
Hay formas de participación que no afectan al poder y eso es lo que tenemos que evaluar. Por el otro lado, la historia de la Revolución, la cristiada y la represión de 1968 ha dado una cierta sabiduría al pueblo de México: hay experiencias sangrientas y la gente intenta por todos lados cambiar las cosas. Cuando éstas ya no puedan cambiar o cuando estemos en el abismo absoluto, yo confío en que los jóvenes saldrán a la calle nuevamente.
¿Esas son las únicas explicaciones?
—También el control que tiene el mercado. Nos han hecho creer que el éxito es individual y que el cambio está dentro de ti mismo. Esa ideología es abrumadora para muchos muchachos: despolitiza y desmoviliza, porque te culpa de tu condición social. El mayor triunfo de la ideología neoliberal es hacerles creer a los pobres y a los que trabajan, que ellos tienen la culpa de su condición. Eso es mentira.
¿Esto es algo que se les puede reprochar a los jóvenes?
—No en realidad. El sistema funciona así: nacen dentro de él, lo encuentran y se acomodan, es lo que nos han hecho creer y lo hemos internalizado. Hay que abrir posibilidades de reflexión crítica en las pantallas, las escuelas, las familias, desde el Estado. Puede haber complicidades: aquí tenemos estudiantes que dicen “yo soy hijo de fulano de tal y apoyo los valores del modelo actual”, esta es una opción libre, cuando has tenido posibilidades de tener una distancia crítica de lo que funciona hoy de manera hegemónica.
¿Cómo ha visto el proceso electoral?
—Me parece que los mexicanos están involucrados e interesados. Hay un ambiente de expectativa y de participación como no se había visto. No es gratuito: existe en el país la posibilidad de cambiar de rumbo respecto a lo que ha sido el modelo económico y el régimen en los últimos 35 años. La gente está atenta.
Hay un desbalance respecto a las actuaciones de los candidatos y si bien ha habido propuesta, se ha dedicado mucho más a las anécdotas que a los programas [de trabajo]: la reforma educativa, el aeropuerto, la amnistía. Las campañas tendrían que estar enmarcadas en un programa general de gobierno y desde ahí valorarlas pero se han perdido por las ramas.
Las autoridades electorales han quedado a deber, más escandalosamente en el caso de El Bronco: dejaron pasar algo que deslegitima el proceso de certificación de los candidatos. Los spots que estamos viendo son verdaderamente escandalosos en lo que tienen de mentira, falsedades, ataques infundados y eso me parece que es problema de la autoridad electoral.
¿Qué le pediría al árbitro?
—Imparcialidad, pulcritud técnica, despolitización absoluta de su tarea.
¿Se puede confiar en las autoridades electorales?
—Espontáneamente, no. Hay que poner controles sociales para que las instituciones sean confiables: no es un cheque en blanco. Hay que pedir medidas para garantizar la participación y la no abstención.
Hay espacios de maniobra, pero frente a esto, el INE no ha hecho nada. Como sociedad necesitamos presionar a las autoridades para que hagan su trabajo y tener una mirada crítica y alternativa, no porque partamos de la desconfianza, sino porque tenemos que hacer que las instituciones sean confiables.
¿Ha visto un escenario polarizado y qué repercusiones podría traer?
—Hay el peligro de la polarización electoral. En realidad se están confrontando dos proyectos de país y es cuando surgen las polarizaciones. De alguna manera es natural que la gente tome partido en torno al proyecto de país que queremos, lo que no es normal es que esta polarización pueda ser acompañada por llamados a la violencia, a la abstención o a la sanción.