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El patriarca de la reforma del Estado, Porfirio Muñoz Ledo, habla a la horda parlamentaria, a la mayoría de Morena en el Congreso, a la izquierda atrapada en su costumbre de protestar, repudiar y descalificar, que aún no asume que ya está en el poder. Sacan cartulinas y leyendas en hojas de cuaderno, como antes.

En la enésima moción de orden, Muñoz Ledo, presidente del Congreso, dice a los suyos, los morenistas: “Hemos trascendido una época electoral. Estamos en la hora de la reconstrucción nacional, no de una democracia colérica”.

La senadora Claudia Ruiz Massieu (PRI) ha hecho la cuarta pausa en el mensaje para que nuevamente el tribuno, ideólogo, sepulturero del viejo régimen, imponga el orden roto por la mayoría de Morena, que está desatada con abucheos a Enrique Peña Nieto, si se le menciona —“¡Asesino!, ¡asesino!”—, que es repelente a los priístas —“¡Corruptos!”— y refractaria a lo que dice la opositora —“¡Mentirosa!”—. Están incontenibles y corean la enumeración que concluye en 43 y alzan la consigna: “¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!”. Para enfriar la voz del encono, ha intervenido Muñoz Ledo.

Así llega Morena al día de su instalación como todo poder en las dos cámaras del Congreso de la Unión. El 1 de julio fueron los vencedores, los que escriben la historia, y si quieren podrán reescribir la que hoy se cuenta, en la cual figura ese joven el de más edad en el salón de sesiones, Muñoz Ledo, que interpeló solitario al presidente Miguel de la Madrid, en 1988, en su último informe, y fue atacado a patadas en su luneta por priístas coléricos en el Palacio de Bellas Artes.

Al recibir el Informe, Muñoz Ledo envía un saludo a Enrique Peña Nieto y dice al secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida: “Dígale que nosotros sí pensamos ir a las celebraciones patrias y a su Informe de Gobierno”.

El presidente del Senado, Martí Batres (Morena), va con Muñoz Ledo de regreso al salón de sesiones. Van con brazos entrelazados, seguido de los integrantes de las mesas directivas, de las diversas bancadas. Dan imagen de institucionalidad.

Reanuda la sesión. El senador Emilio Álvarez Icaza reclama el derecho de hablar. Muñoz Ledo tiene que endurecer la voz, porque su expresión es dulce y con la lucidez mental característica suya, niega la petición. “No nos separemos de la ley, que es el mayor vicio que hemos cometido”, propone.

El siguiente incidente lo pone Fernández Noroña. “Pídale [a Peña Nieto] que suspenda esa reunión”. El presidente del Congreso concluye: “Ya escuchamos su opinión”.

Renace el desorden. Siempre en la amplia extensión morenista. Uno ofrece su ayuda, desde el flanco del PRD que quedó en la derecha del salón. “Agradezco, pero no lo necesito tanto”, señala el político de miles y miles de batallas, con una certeza: “La conducción [de la sesión] es exclusiva del presidente del Congreso”. Ha hablado con energía.

Pone luz en esta encrucijada en la que están sus huestes, a las que pedirá que sean maduras: “Esta es la hora cero de la nueva República”.

Pero no oyen. Morena trae una nutrida sección de ruidosos imparables, que recuerdan ese bloque priísta que se afamó con el mote de Bronx. No paran de gritar a los antagónicos y de aplaudir a la mínima mención de Andrés Manuel López Obrador.

Las otras bancadas quedaron reducidas por el resultado electoral. Un morenista tiene la curul de mayor poder. Es Mario Delgado. En el pasillo central son morenos. En la fila uno, hoy se sientan los hombres del poder verdadero: el senador Ricardo Monreal y Olga Sánchez Cordero celebran el discurso y el tono del joven de izquierda. Mientras, la mayoría de Morena se aplasta en el entusiasmo que genera su porra de identidad: “¡Es un honor estar con Obrador”.

Eso dan en la hora cero.

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