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“ Dicen que se acabó el plantón”, comenta una señora de la tercera edad que sostiene con la mano derecha una bandera de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA) a otra señora, quien mantiene sus manos dentro de las bolsas de su chamarra azul para soportar el frío que comienza a caer en la Ciudad de México.

Es Bucareli, la calle en donde las manifestaciones, plantones y marchas son la constante y en la que desde el lunes 20 de noviembre, día en que se conmemora el aniversario de la Revolución Mexicana, miles de campesinos de todo el país agrupados en la UNTA instalaron un plantón para exigir al gobierno federal la entrega de apoyos al campo.

El reloj chino de Bucareli marca las 5:30 de la tarde y dirigentes de la organización informan a los campesinos que se levantará el plantón, porque “después de largas jornadas de reuniones con funcionarios de la Secretaría de Gobernación, éstos han prometido apoyos para los campesinos mexicanos”, lo que desemboca en algunos gritos de alegría como: “¡Zapata vive, la lucha sigue!”.

Ante ese anuncio, y en forma casi militar, docenas de casas de campaña comienzan a ser desmontadas. Sin embargo, no todas las personas en el plantón se mueven para abandonar la protesta. Los vendedores ambulantes que durante dos días han ofrecido sus productos, la mayoría de ellos piratas, siguen ofertando su mercancía.

“¡Lleve sus baterías de emergencia que se carga con luz solar a 150 pesos! ¡No se cobra por ver! ¡Pulseras de chapa de oro y de plata a buen precio!”, gritan ante la indiferencia de los miles de campesinos que lo único que desean es volver a casa.

Uno de ellos es Gilberto Moreno, originario de los altos de Chiapas, quien luce una sonrisa y posa para la lente del fotógrafo de El Gran Diario de México. Empujando un carrito gris que lleva sus colchas y ropa, Gil, como le dicen sus compañeros, indica que haber estado dos días en el plantón y pasar 14 horas en el autobús de regreso a su estado ha servido de algo.

“Vale la pena este sacrificio porque el gobierno nos ve y le pudimos arrancar nuestras demandas”, comenta mientras detrás de él la gente se dirige a los casi 100 autobuses estacionados en los alrededores de la Secretaría de Gobernación.

En la esquina de Morelos y Bucareli una señora le grita a su hijo “¡Apúrale, vámonos!”, mientras dobla y guarda un par de cobijas y mantas en una bolsa negra de plástico. Junto a ella, una vendedora de plátanos fritos no parece percatarse del movimiento a su alrededor y sigue moviendo los pedazos de plátano que están en una sartén llena aceite, los cuales vende en 20 pesos.

La noche comienza y una pareja entra al cine que se ubica a unos metros de un local que ofrece la entrada a sanitarios a un costo de cinco pesos. A un lado de una cartulina verde con la leyenda “Baños limpios”, la señora que cobra la entrada informa que se ha suspendido el servicio porque “se taparon todos los baños”.

Con el motor encendido del autobús, campesinos provenientes de Coahuila esperan con ansias que el conductor suba y arranque. Sin embargo, él permanece abajo reunido con dirigentes de la organización y cuando se le pregunta cuánto cobra y quien le paga, responde que “esa información no se la puedo dar, que le digan los dirigentes”, quienes tampoco informan de dónde salieron los gastos para mantener el plantón de dos días.

Las manecillas del reloj chino de Bucareli siguen moviéndose y arrecia el frío que parece anunciar la proximidad del invierno y del fin del plantón, el cual en menos de una hora ha sido levantado casi en su totalidad. Pequeños grupos de personas con sus pertenecías recogidas esperan a que los autobuses lleguen por ellos.

Mientras, los jóvenes de la Vocacional 5 del Instituto Politécnico Nacional comienzan a salir y miran con indiferencia los 10 autobuses con campesinos provenientes de Nayarit y Morelos que se ubican frente a su escuela. Es un cuadro que durante su estancia en esa casa de estudios han visto casi todos los días.

La manifestación de campesinos que por dos días afectó el tránsito en el centro de la capital mexicana, así como a decenas de negocios, está pronto a concluir. Sin embargo, Carlos Humberto Luna, integrante de la Dirección Política Nacional de la UNTA, advierte que si el gobierno no cumple con lo prometido regresarán a instalar otro plantón.

“Le hemos dado una tregua al gobierno, pero si no cumplen con lo que nos prometieron regresaremos con más integrantes y será indefinido”, amenaza, mientras el frío arrecia en esta parte de la capital mexicana, donde docenas de automovilistas desesperados sortean a vendedores ambulantes, peatones y calles llenas de basura.

Es de noche, y la temperatura sigue descendiendo, mientras trabajadores de limpieza comienzan a llegar a barrer y recoger la basura que dejaron los campesinos.

Con este cuadro concluye una protesta más en la calle de Bucareli, la cual es liberada solamente por un par de horas, debido a que se anuncia que hoy a primera hora será nuevamente testigo de una nueva manifestación.

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