Una niña juega con un rifle de plástico en el camino a Cochoapa el Grande, Montaña de Guerrero. Apunta a unos caballos que pastan a varios metros de ella. Hace ademanes de que dispara y mueve las manos como si el tableteo del Cuerno de Chivo de juguete agitara sus brazos. Por la ventanilla del vehículo se alcanza a ver Tierra Blanca, un pueblo con una iglesia alta que se yergue entre bosques de niebla.

Un día antes el párroco Rodolfo Valdez recordó que hace un par de años vino a celebrar una misa aquí. Al término le pidieron que bendijera unas camionetas Pick Up. Dijo que sí. Echó el agua a los vehículos. Los fue bordeando. Conforme se acercaba a la batea descubría que había armas. De varios tipos. AK-47 sobre todo. Y R-15. Muchas.

—¡Ay, padre! —le dijeron—. Ya las vio.

—¡Cómo no verlas! —dijo el padre en entrevista en la casa parroquial de Cochoapa.

Son las 8:00 de la noche y las calles del poblado están desiertas. A lo lejos los perros ladran. A las 5:30 de la mañana, cuando la temperatura esté sobre los 12 grados, las campanas sonarán para llamar a misa de 6:00 y para anunciar el nuevo día. Pero faltan muchas horas para eso y en las noches de Cochoapa nunca se sabe qué puede pasar. Un día antes se fue la luz desde entrada la tarde hasta el otro día. Era una oscuridad absoluta sólo rasgada por el fogoneo de los rifles de quienes tiraban al aire mientras del otro lado otros respondían. No era tan tarde. Apenas las 10:00 de la noche.

—Nada. Es sólo para demostrar que tienen güevos —dijo el alcalde Bernardo Ponce García cuando se le preguntó qué pasa en su municipio.

Sí pasa. Cochoapa el Grande es el segundo municipio con mayor homicidios dolosos con arma de fuego, sólo después de Tlapa, la cabecera de la región Montaña. Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública en los últimos cinco años han ocurrido 37 asesinatos con arma de fuego. Ciento once en Tlapa. Trescientos cuarenta y cuatro en toda la región de 19 municipios.

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"La mejor armada"

En Tlapa el calor de 38 grados a la sombra agobia. En la calle la gente busca el cobijo de los arbustos mientras un carro vocea la nota del día: “¡Lo mataron de un balazo en la cabeza dentro de un taller mecánico! ¡Vea cómo! ¡Aquí traigo la fotografía! ¡Conózcalo!”. Y: “encuentran a una mujer en estado de putrefacción en la colonia Santa Anita”. Y: “ebrios balean dos tiendas Neto y causan pánico en la población”. Es El ABC en la Montaña. La nota roja sigue devorando cadáveres en una ciudad de arriba de 60 mil habitantes.

No sólo es Tlapa, dice el fiscal de asuntos indígenas Ramiro Rivera Martínez, entrevistado en sus oficinas de la Fiscalía regional. Es toda la Montaña. Su oficina es un despachito de seis por cuatro donde están su secretaria y un asistente. Hay un estante de madera pegado a la pared derecha con docenas de expedientes cosidos a mano. Los tres escritorios, el mueble y unas sillas dejan espacio apenas para caminar. Aunque el edificio de la Fiscalía regional es de dos plantas. Por los pasillos andan secretarias, agentes del ministerio público y agentes ministeriales.

—Los asesinatos con rifles de asalto, con pistolas, ocurren todos los días —dice.

—¿Cuál es la causa más común?

—Casi siempre por problemas de tierras. Yo diría que 80 por ciento de los casos de asesinatos es por conflictos de despojos. Incluso entre familia. Es fácil verlo de lejos pero la explicación es más difícil. Hay muchas tierras que aún son bienes comunales. Chilpancingo está desde muchos pueblos a más de ocho horas de camino para ir a un tribunal agrario donde el proceso sería lento. Mejor resuelven esos problemas entre ellos. También los conflictos políticos, partidistas terminan así.

—¿Hay cifra negra? ¿Casos sin registrar?

—Así es. Mucha. Los poblados son muy lejanos y la gente no denuncia y entierra a sus muertos sin más. Si lo matan lo levantan de donde lo mataron. Se lo llevan a su casa, lo velan y lo entierran. Algunas veces el comisario lo registra.

—¿De los casos que tienen conocimiento qué tipo de arma es la más usada?

—Cuernos de Chivo, R-15, pistolas 38, escopetas. En ese orden.

—¿Hay muchas en la Montaña? ¿Armas?

—Al menos ocho de cada 10 hombres tienen un arma. Yo creo que la Montaña es la región mejor armada de Guerrero. Es contradictorio, podrán decir, es la región más pobre del estado y con todo eso la gente hace sus ahorros y compra su AK-47.

Tampoco es fácil ponerle un número a este cálculo. Según el último censo del Inegi de 2020 la Montaña tiene 396 mil 608 habitantes. Ocho de cada 10 del total de esta población son 317 mil 286 habitantes. Sólo que a este dato hay que restarle mujeres, niños y adolescentes, y dejar sólo a la población adulta de varones. Al final, en la Montaña las armas se deben de contar por decenas de miles. La región mejor armada, dice el fiscal.

Aunque la Secretaría de la Defensa Nacional no ha hallado tantas. Es decir, de un total de 11 mil 217 que ha “asegurado” en los últimos 22 años en Guerrero, 454 las decomisó en 14 municipios de la Montaña, de acuerdo con una base de datos de la Sedena que se encuentra pública en la Plataforma Nacional de Transparencia. De todos modos la cifra estatal coloca a Guerrero en cuarto lugar nacional en el tema después de Tamaulipas, Michoacán y Sinaloa.

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Ojo por ojo

En Cochoapa hay una suerte de Ley del Talión. La sangre no puede pagarse de otro modo más que con sangre. Una autodefensa que se hace llamar Policía del Pueblo surgió en 2020 para tratar de contener una ola de asesinatos ocurridos desde que desaparecieron al alcalde electo Daniel Esteban González en 2018 junto con su chofer. De ese año a la fecha han matado a 37 personas con arma de fuego.

Desde el mismo Daniel Esteban, hallado un año después muerto a balazos en una fosa clandestina, el exalcalde priista Luciano Moreno López señalado de haber participado de esa desaparición, abatido junto con otro hombre en una fiesta del pueblo, hasta una mujer de 50 años muerta a balazos en la plaza principal, apenas en noviembre pasado.

La autodefensa tiene más nombres. Los conocieron y los dicen casi de memoria. Es la justificación de su irrupción. En su casa de justicia donde está el coordinador Lorenzo Moreno Ventura y tres de los consejeros de la corporación los mencionan: Luciano Moreno, Santiano Sabino, Alberto Flores, Celso Flores, Rutilio Ortega, Ignacio Alejo. “Son muchos”, dice don Lorenzo como para zanjar el tema, un hombre robusto y sesentón que en las pasadas elecciones municipales contendió para alcalde por el PAN.

—Quedé en segundo lugar —presume.

El convoy fuerte, el de los efectivos armados, no está en el lugar. Unas mujeres orean carne de res para el festejo del patrono de la iglesia del barrio que será mañana. Llega en un rato más. Los hombres bajan gallardos, con su arma en ristre. Armas de bajo calibre. Salones de caza y escopetas en su mayoría. El comandante Celso Román Vázquez trae una escuadra fajada. Habla poco. Observa, sobre todo. Escucha lo que dice el coordinador.

—Me han amenazado con desaparecerme —dice don Lorenzo cuando se le pregunta al respecto.

—¿Y no tiene miedo?

—No, porque a morir venimos al mundo —dice y ríen todos.

El alcalde de Cochoapa Bernardo Ponce García no piensa lo mismo. Él se mueve por el municipio con un convoy de policías bien armados con sus R-15. También él está amenazado. Dice que pidió medidas cautelares al gobierno del estado pero le fueron negadas. Desde que el gobierno federal cambió su política de seguridad muchos políticos no tienen guardias ni federales ni estatales. Por eso es que los policías que trae Bernardo son municipales, aunque el municipio tenga apenas una docena de efectivos.

—Trae muchos agentes, alcalde.

—¿Cómo no? Me han amenazado de que me van a matar. De que me van a secuestrar.

—¿Qué pasa en su municipio, por qué tanta violencia?

—La gente es muy rencorosa acá —dice—. Se matan por pleitos de tierras, por diferencias políticas.

Cochoapa se percibe pacífico, no cálido, cuando se camina por sus calles. Algunas pavimentadas, otras de terracería. Es un pueblo grande y frío. Las madrugadas pueden alcanzar los 12 grados en verano y bajo cero en invierno. A 2 mil 200 metros de altura hoy está a 19 grados. Desde que se separó de Metlatónoc hace 18 años ha crecido mucho. Tiene un centro de salud, el ayuntamiento, el zócalo. Una vasta bodega de cerveza. Un hotelito. Hasta una pizzería. Tiene dos templos cristianos, uno pentecostés, una iglesia parroquial. Estrenan una torre de telefonía celular. Y hay muchas fiestas. Este día le echaron la losa a la nueva comisaría y hubo mixiotes de res y cerveza en la plaza principal. Hombres y mujeres por igual se emborrachan. Pero en las noches se transforma.

—Aquí todos los días por la noche disparan con armas largas —dice el alcalde en entrevista en el recibidor de su casa. Un tapanco de madera a nivel de calle. Abajo está su recámara. Sus policías vigilan afuera.

—¿Y eso por qué?

—¡Pos nomás para demostrar que tienen güevos!

—¿Y por qué tantas armas, oiga?

—He pedido acciones de desarme. Al Ejército, a la policía del estado. No he tenido respuesta.

—Pero por qué tantas, pareciera que todos aquí están armados.

—Y lo están. Las compran, pues.

—¿No se siente rebasado?

—¿Cómo no? Me mataron a mi regidor de obras públicas, Juan Ignacio Alejo, en 2021 y su suplente no quiere entrar en su lugar. Tiene miedo. Así que el cabildo está incompleto por esa causa.


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No sólo de juguete

Es fácil deducir de dónde sacaron el rifle de juguete los padres de la niña de Tierra Blanca. No se sabe bien a bien de dónde sacan las armas largas los hombres de la región. Sólo se infiere. El fiscal dice que los migrantes que se van a Sinaloa y a Michoacán llegan con camioneta nueva y armas. Aunque la camioneta sea robada.

—¿Por cuánto se consigue un arma de asalto en la región? —se le pregunta.

—Unos 70 mil pesos, tal vez menos —dice—. Hay pueblos que en asambleas acuerdan estar armados. Se cooperan de a 5 mil de a 10 mil pesos para armas y parque.

Cuenta en su despacho caluroso, por la ventana entra un aire más bien caliente, que hace un par de años fue a Valle Hermoso, Metlatónoc, a una diligencia por un asesinato. No dejaron trabajar a los agentes del Ministerio Público ni levantar el cuerpo. Cuando se metieron a la casa para al menos dar fe, lograron ver unos costales llenos de armas largas. “La gente —dice—, no tendrá para comer. Come su tortilla con sal y su quelite, pero tiene sus cuernos bajo sus camas de vara”.

El antropólogo Abel Barrera Hernández, director del centro Tlachinollan, lo explica de otro modo. Entrevistado en sus oficinas de Tlapa dice: “Los pueblos de la Montaña son pueblos que durante toda su historia han tenido que resistir. Resistir la dominación. Son pueblos guerreros que nunca se han dejado dominar. Estar armados es parte de su sistema de gobierno y tienen jóvenes adiestrados para resistir cualquier enfrentamiento. Si no tuvieran armas estarían perdidos en la Montaña”.

—¿No son muchas armas? El fiscal dice que es la región mejor armada de Guerrero.

—No lo dudo. Los hombres de la Montaña así como saben labrar su tierra saben usar un arma. Desde niños aprenden. Es una de sus actividades principales.

—¿Cómo entraron tantas?

—Primero eran rifles de un tiro. Escopetas. Con la entrada de la goma, del cultivo de la amapola, entraron los Cuernos de Chivo. Sus primeros cultivos de goma eran para eso, para comprar armas. El mercado de las armas tiene mucho auge en la región. Hay rutas. No hay necesidad de venir hasta acá. Y parece mentira, pero muchas también han sido vendidas por el mismo Ejército.

“En las cabeceras de la región —dice— el negocio primero fue la droga. El churro, la grapa de coca. Ahora el negocio está en las armas. Se pueden conseguir como se consigue una dosis. Se han vuelto un artículo de primera necesidad. Y las tienen siempre cargadas. Duermen con ellas. Somos una Montaña pobre, pero una Montaña armada. Una Montaña de fuego”.

—Eso también ha elevado el índice de asesinatos.

—La gente está a la defensiva. En alerta permanente. Por eso, por los delitos que se han incrementado. Robo, extorsión, secuestro, violación, feminicidios, desapariciones, homicidios. Y cada vez es más barato que manden matar a alguien. Dos mil, tres mil pesos se le paga a un sicario.

—¿Economía criminal?

—Desde luego. Los muchachos se van a vivir seis meses a Sinaloa y allá aprenden. Aprendieron a cultivar la amapola. A usar los cuernos.

—¿Es un asunto de buenos y malos?

—No lo veo así. Los hombres se sienten orgullosos de portar un arma. Reafirma su identidad guerrera. No lo veo así. Yo veo una ausencia del Estado. La claudicación de la autoridad ante el crimen. Se trastoca la paz. Permea un ambiente delictivo. Y pregunta a cuántos criminales han aprehendido. Con la impunidad se deja libre el camino a la violencia. Se trata en todo caso de autoprotección. De supervivencia.

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El paisaje perfecto

Cerca de Joya Real, perteneciente al municipio del alcalde Bernardo, está el cerro de la Garza de donde cae una cascada robusta y plateada que le llaman cola de zorro. Los pinos lo rodean. La neblina le da un aire de cuento. Sería la postal perfecta si no es porque este lugar ha sido elegido para el secuestro y el robo a mano armada. En noviembre del año pasado secuestraron aquí al hermano del alcalde desaparecido Daniel Esteban. Pidieron dos millones de pesos de rescate. A menudo maestros y transportistas son asaltados.

—Hay un módulo de seguridad cercano que sólo se inauguró pero que nunca ha funcionado —dice el profesor Francisco Ramírez Victoria en entrevista en Tlapa, donde radica.

Don Francisco es supervisor de aquella zona escolar que abarca 10 pueblos de Cochoapa desde hace 23 años. Tiene a su cargo 38 profesores y 958 alumnos. Una escuela primaria por cada pueblo. Su sede es Arroyo Prieto. Dice que desde que mataron a una maestra del Conafe en 2022 en esa ruta los maestros tienen que dar vuelta por Metlatónoc hacia la Costa Chica para no pasar por el lugar. Lo que les lleva dos horas más de viaje y los transportistas les cobran más. En algunos casos la sociedad de padres de familia vienen en comisión a dejarlos a la cabecera municipal de Cochoapa para que lleguen seguros.

El párroco Rodolfo Valdez recorrió por ocho años los caminos de Cochoapa el Grande. Celebró toda clase de liturgias a veces por gusto, otras obligado por las circunstancias. La bendición a las Pick Up en Tierra Blanca. A veces bodas. Mañana se va después de su curato de todos estos años. Tiene 64 y los achaques de la edad ya lo están alcanzado. Se irá con una última misa de domingo, con cohetones, pastel y mixotes que comerá con principales y fiscales de la iglesia. Rodeado de una docena de niñas y sus madres con las que hizo catecismo.

Dice que un día le advirtieron: “padre, cuídese que lo quieren matar”.

—¿Y qué hizo?

—Nada. El rosario es mi arma —dice y ríe.

El alcalde Bernardo ríe más como si fuera una mueca. Un gesto leve de dolor. Dice que ha pedido retenes de la policía del estado en el cerro de la Garza. Se le pregunta por qué no los pone él. Es su municipio, él debe prevenir los delitos con su policía. No puede, dice. Por usos y costumbres los agentes duran un año y luego son cambiados. Y luego tienen temor de actuar porque si atrapan a alguno y al año dejan el cargo los pueden hasta matar.

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