Aquí la gente no se agüita, dice uno de los miles de peregrinos que la tarde del miércoles arribaron a la Basílica de Guadalupe. El dolor es en el cuerpo, las piernas. La devoción vale kilómetros recorridos a pie, en bicicleta, hasta llegar a calzada de Guadalupe, en donde algunos avanzan de rodillas para, finalmente, salir tranquilos del templo.

En medio de la gente está Jesús David con una mochila que encorva su espalda. Se ve agotado, pero dice que es mayor el gusto de participar en el día del peregrino por decimonoveno año.

Es originario de Valle de Chalco y trabajador de limpieza del Metro. Platica sin dejar de caminar, está a unos pasos del atrio de la Basílica de Guadalupe y para él es importante llegar, pues forma parte de una manda.

Uno de sus familiares ha salido bien, y da las gracias a la Virgen por ello.

Como cada año, calzada de Guadalupe se convierte en santuario para una migración de dos días y la alcaldía Gustavo A. Madero en aquella tierra santa, en donde los sueños crecen o se alivian, en donde la gente pide, perdona, jura o, bien, dice no volverlo a hacer.

Sobre calzada de Guadalupe van los amigos David Huerta y Sergio Antonio, provenientes desde San Martín Texmelucan, Puebla.

Primero juegan y dicen ser hondureños, pero la risa los delata, son unos poblanos.

En la Basílica pedirán por que “todos tengamos para un taco”, dice David. Y al preguntarles sobre qué han visto en su peregrinar, Sergio afirma: “De 10 personas, uno recogió su basura”. Además, en los cerros vieron cómo muchas familias abandonan a sus perros: “Debe haber más conciencia. Que no lleven mascotas”, insiste.


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