Un vendedor de pan detiene su triciclo frente al 326 de la calle Schiller y grita: “¡Hermanos, ya llegó el desayuno!”. Entonces, Daniel se levanta de su cama improvisada con un cartón y cobertores viejos que los vecinos le han regalado para recibir el que posiblemente será su único alimento del día.
“Cruzar la selva del Darién fue el primero de los infiernos”, dijo en entrevista con EL UNIVERSAL. El hombre de 46 años abandonó su natal Maracaibo para buscar un mejor nivel de vida, pero nada ha cambiado y ahora espera, desde hace 21 días, frente a la embajada de Venezuela en México, la oportunidad de recibir un boleto de avión que lo lleve de regreso.
Así como Daniel, un centenar de migrantes sobreviven en situación de calle frente a la sede diplomática ubicada en la alcaldía Miguel Hidalgo. Para hacer sus necesidades fisiológicas usan un baño portátil que la embajada ha facilitado; se alimentan de comida que vecinos o algunos generosos les proveen y rentan en 20 pesos 15 minutos de uso de una regadera para bañarse.
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Pese a que el ingreso a Estados Unidos es complicado o imposible por la vía ilegal, en un sondeo realizado por este medio la mayoría de migrantes indicó que su meta es el sueño americano. “Estamos de paso. Se comenta mucho que México está por convertirse en otro Venezuela”, bromearon.
A unos metros de allí, Alejandra, de 18 años, disfruta de un bolillo y un café, lo único que pudo obtener de la larga fila de tamales. No ha tomado un baño en seis días, paga 20 pesos por ingresar a un sanitario público exclusivo de mujeres y, en un día de suerte, hace tres comidas, pero le importa poco, pues cree que al llegar al país del norte su suerte cambiará.
Se hizo una trenza para que no se le enrede el cabello por la suciedad. Con pena, pidió maquillaje antes de ser entrevistada, pues el cansancio de las semanas de viaje se le nota en el rostro, aseguró. Migró sola, dentro de un autobús del que no quiso dar más detalles. Antes de llegar a México vio morir a varios conocidos que migraron con ella.
Al preguntarle si no tiene miedo de realizar el viaje sola Alejandra responde que en su natal Yaracuy el pan triplica el precio y aquí lo tiene regalado: “El miedo que tengo es que me regresen a mi país. Allá mis hermanos no tienen comida”, señaló.
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Cuando el reloj marca las 10 d ela mañana, las puertas de la embajada se abren. Un hombre de traje indica a los venezolanos que residen en México hacer una fila y a los migrantes, otra. Aprisa, los migrantes indocumentados se forman para conseguir una estancia prolongada en territorio nacional o volver a su patria.
Entre las personas que hacen fila se encuentran los amigos de Baker, que han pasado más de 20 días frente a la sede diplomática y han prescindido de cruzar la frontera de México para llegar a Estados Unidos. Recordaron que las lluvias de la semana pasada los obligaron a arrinconarse en los pequeños tramos de techo que sobresalen de los edificios.
Quienes han permanecido por meses en la calle corrieron con suerte y fueron refugiados por paisanos en sus departamentos, pero los amigos de Baker están hartos de vivir así. Sin embargo, Baker está decidido a llegar al país vecino y ha resistido 25 días en condiciones inhumanas durante su paso por la capital del país. Insiste en cruzar la frontera porque en Caracas dejó a su prometida con un niño de cinco años.
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