Educada en el seno de una familia y una sociedad en la que se decía que las mujeres “calladitas se ven más bonitas”, la presidenta del Senado, Olga Sánchez Cordero, tuvo en su mamá el mejor ejemplo de superación e inspiración para luchar desde muy joven y a lo largo de 55 años por los derechos y la igualdad de género.
Desde pequeña padeció un trato desigual en su hogar, pues mientras sus hermanos estudiaron en escuelas mixtas, las mujeres fueron a una de monjas para niñas. “Desde ahí partía la discriminación”, recuerda.
“Mi padre sí quería que yo estudiara, pero al final me dijo: ‘Mira, mijita linda, sí, métete a la Facultad de Derecho, pero mientras te casas’”, comenta.
Después, le dio a su padre las gratificantes sorpresas de terminar su carrera, estudiar una maestría en Inglaterra y ser la primera mujer notaria pública.
En contraste, su mamá siempre la alentó a ser independiente y, una vez que ingresó a la UNAM, la incentivó a concluir sus estudios: “[Me decía]: ‘Tienes que terminar tu carrera, nada de que mientras te casas; tu independencia económica, mija’”.
Sánchez Cordero participó en el movimiento estudiantil de 1968 y su ideal desde entonces fue la lucha por los derechos.
“La lucha por el derecho a la libertad de expresión, sobre todo; la libertad de la autonomía, de la sexualidad de las mujeres era algo que me preocupaba.
“Iba a los mercados a hablar. Tenía 18 años y me iba con minifalda, porque entonces se usaba. Las mujeres que estaban comprando me rodeaban para que yo les platicara cuáles eran las intenciones del movimiento, los derechos por los que luchábamos”, destaca.
Señala que, históricamente, más allá de la discriminación en el ejercicio de los derechos, la violencia de hombres contra mujeres es un tema de poder.
“La asimetría, la imposición y el no reconocimiento de la igualdad. (…) Era una asimetría brutal en ese sistema patriarcal: la mujer tenía que obedecer al hombre, tenía solamente los roles y los estereotipos que culturalmente la sociedad le asignaba.
“A mí me parecía que eso no podría seguir siendo, que teníamos que tomar conciencia de que éramos iguales, de que tanto hombres como mujeres debíamos tener los mismos derechos”.
Sostiene que la lucha por los derechos de las mujeres ha arrojado avances muy positivos aunque lentos, como en la derogación de muchas disposiciones de los códigos civiles y penales.
Reconoce que aún falta mucho por hacer para concientizar y culturizar a la sociedad de que todos somos iguales.
Advierte que “hay una corriente muy fuerte contra los derechos de las mujeres y [que busca] regresar al sistema patriarcal de hace décadas”, por lo que llama a no bajar la guardia, pues, dice, hay un riesgo inminente de retroceso y el esfuerzo por defender esos derechos debe ser una lucha constante y de todos los días.
Subraya que la batalla contra las actitudes de desprecio a la mujer debe seguir. “Ese embate, si las jóvenes de hoy no tienen las antenas muy alertas, puede que las convenzan. Ese es el riesgo”, asegura la legisladora.
“Creo que la revolución más importante en los derechos de las mujeres, de su sexualidad, es la píldora anticonceptiva, además del refrigerador, pues implicaba que la mujer no fuera todos los días a la compra de la comida para hacerla ese día, sino que tuviera la posibilidad de comprar durante una semana, ir guisando poco a poco y tener más tiempo para sí misma”, comenta.
La ministra en retiro también reconoce que los feminicidios son una asignatura pendiente y muy fuerte: “El feminicidio es el privar de la vida a una mujer por razón de su género, por razón de ser mujer.
“Es la violencia en su máxima expresión, en su expresión más deleznable, más horrenda”.
Dice que hay mucho trabajo que hacer para mejorar la impartición de justicia en los tribunales, donde, afirma, los delitos son medidos con distintas varas entre hombres y mujeres.
“Las mujeres son medidas con distintas varas en las investigaciones de las fiscalías, ‘te ganaste a pulso que te hicieran esto porque ibas vestida de manera indecorosa, porque tenías amistades cuestionables, porque salías en la noche a tomarte una copa con alguien, te lo ganaste’”, indica.
Por otra parte, destaca que en el Senado se trabaja con el apoyo de todas las bancadas para impedir la venta de niñas y los matrimonios infantiles en comunidades indígenas, donde los padres que venden a sus hijas se escudan en los usos y costumbres.
“Imagínate a una niña en la Sierra de Guerrero o Oaxaca, de 14 o 15 años, y resulta que ya las comprometieron, las vendieron con hombres de 60 años.
“Qué cariño, qué afecto, qué ilusión le puede dar a una criatura de 14 años que la casen a fuerza. Es un crimen la venta de niñas”, lamenta.