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Con 53 años de ejercicio periodístico a cuestas, Carlos Marín va directo: “Los periodistas no estamos para aplaudirle al gobierno” y advierte: “Si la relación no es crítica es lacayismo… la incondicionalidad no se les puede pedir ni a los perros”.
Uno de los fundadores de la revista Proceso, columnista y colaborador del espacio Con los de enfrente —coproducción de EL UNIVERSAL y Milenio—, cuenta que conserva amistades de antaño dentro del gabinete de la autollamada Cuarta Transformación; sin embargo, señala, mantiene su postura crítica porque es parte del trabajo de los periodistas.
“Quienes dejan de ejercer su oficio lo hacen por ignorantes o por pendejos (...) No soy opositor, pero tampoco soy corrupto”, dice.
El periodismo se tiene que ocupar del conflicto, porque ese es el interés público, subraya, pero parece que el presidente Andrés Manuel López Obrador desearía que todos los que se dedican a él lo ejercieran como Lord Molécula.
¿Cuál es el estado de la libertad de expresión en el país?
—Es pleno, hay absoluta libertad de expresión y no es algo novedoso. Trabajé en Excélsior, El Día, Proceso y Milenio, y jamás he resentido un atentado a mi libertad de expresión, información ni opinión. Nunca. Lo que existe es un azuzamiento cotidiano desde Palacio Nacional en contra de periodistas, reporteros, opinadores e intelectuales que hacemos nuestro trabajo.
López Obrador tiene la piel muy suave y no tiene la menor idea del sentido del oficio periodístico, que está hecho para destripar las lacras del poder. La semana pasada el Presidente sacó el resultado de un ejercicio morboso y pornográfico midiendo las informaciones positivas, negativas y neutrales sobre el gobierno que se publicaron en medios.
¿Por qué le molestó tanto?
—Fue un ejercicio muy sucio, ¿por qué tendría el periodismo que hacer notas positivas sobre el gobierno? ¿Qué ha hecho bien el gobierno como para hacer notas positivas? El mejor periodismo se ocupa del conflicto: las notas conflictivas son las de mayor interés público, así sea un partido de futbol y en la vida pública, las huelgas, los conflictos económicos, el problema sanitario por la pandemia, la corrupción. El Presidente debiera, si no agradecer, por lo menos reconocer el trabajo periodístico, pero lo que hace es interpretarlo como si proviniera de sus adversarios. Los periodistas genuinos no son opositores ni aplaudidores de ningún gobierno, registran hechos e interpretan los problemas que hay.
¿El Presidente quiere que todos los periodistas sean como Lord Molécula?
—Quiere que se moleculice el trabajo periodístico y se vuelva tan despreciable como el que le hacen los youtubers en las mañaneras, que se dedican a lamerle los pies. El Presidente ha tenido el pésimo gusto de decir que quiere lealtades ciegas como si no supiera que la relación entre periodistas y el poder público si no es crítica es lacayuna, deleznable. La incondicionalidad no se les puede pedir ni a los perros.
¿No hay un exceso de la prensa, no se le está cargando la mano al Presidente?
—Las agresiones al oficio periodístico y al ejercicio intelectual han provenido de la dichosa 4T. Los periodistas hemos estado haciendo lo que hemos hecho siempre. Puedo ufanarme de haber tenido una discusión con [Enrique] Peña Nieto que ningún periodista ha tenido jamás con un presidente ni nadie desde la Conquista, con ningún tlatoani. Para mí, que el Presidente diga que hemos callado como momias es una ofensa. Vengo del golpe a Excélsior, del “no pago para que me peguen” cuando López Portillo le quitó la publicidad a Proceso... no me preocupa lo que diga el Presidente, pero sí veo algo muy peligroso en el azuzamiento cotidiano contra la prensa.
¿Se ha criticado igual, con la misma intensidad y frecuencia, a López Obrador que a los otros presidentes?
—Cada uno ha tenido su propio estilo. Con López Obrador los medios han sido benignos porque a muchos los tiene asustados, hay una gran contención. Lo que ocurre es que se nota mucho lo que hace por los tumbos evidentes que se han dado en el manejo de la pandemia, la economía, la construcción de sus obras emblemáticas, la corrupción en el gobierno y su familia. Eso le molesta, pero se ve muy mal que el Presidente propicie la desunión.
¿Este azuzamiento ha generado autocensura?
—No creo que los medios se estén autocensurando, están contenidos incluso los que más desagradan al Presidente, noto que hay cosas que le dejan pasar, que no le damos mayor relevancia porque todos los días hay un titipuchal de ángulos de su gestión que son sumamente periodísticos. Si el Presidente ignora o no quiere asumir la tarea de los periodistas, es su problema, pero yo no he sido llamado a dejar de hacer tal o cual cosa ni de su gobierno ni de los propietarios de Milenio. Jamás. Hay respeto y cada quien hace lo que debe hacer. A la gente se le respeta o no porque cumpla o no con su ocupación.
¿El periodista debe criticar?
—Si el periodismo no critica no es periodismo.
Algunos de los entrevistados para esta serie tienen la impresión de que quienes se quejan de amenazas a la libertad de expresión lo hacen porque se ha reducido el presupuesto para los medios.
—Yo no tengo publicidad, a mí me paga Milenio.
¿Se ha sentido intimidado para escribir?
—No, pero [López Obrador] tiene la piel tan sensible y su poder es tanto que procuro no personalizar lo que escribo o hablo. No tengo afán de ser adversario ni opositor, lo que hago no implica que quiera cambiar el gobierno: los periodistas que hacen política son unos cobardes, traidores al oficio. No es la misión del periodista oponerse a ningún gobierno. Yo no soy opositor, pero tampoco soy ningún corrupto ni defensor del neoliberalismo.
¿Cómo califica la política de comunicación social del gobierno federal?
—Desastrosa, desastrosa.
¿Cómo ha cambiado la relación prensa-poder?
—Hay una sana distancia para no exponerse a las humillaciones de que es frecuente la prensa.
Dice que ahora es sana distancia, ¿antes no?
—Yo podía hablar con personas de otros gobiernos sin que lo tuvieran que consultar con el Presidente en turno. Ahora, cada vez menos busco a gente que trabaja con López Obrador porque no me quiero exponer a negativas o cortones. No quiero que mi trabajo refleje mi criterio o mis tripas. Los fanáticos son como personas desvalidas y hablar con ellas es como querer ponerlas a correr.
¿Cómo era la relación con el gobierno de Peña Nieto?
—Un día me invitan a Los Pinos para enseñarme unas láminas donde estaban el número de notas positivas, negativas y neutrales que Milenio publicaba sobre él. Cuando veo que el presidente López Obrador se vale de lo mismo para denostar el oficio periodístico, digo: ¡Qué barbaridad, pensé que eran distintos! Estaría de la patada que se hablara bien del gobierno y no porque todo lo haga mal, pero los periodistas no estamos para aplaudirle, para eso tiene a sus lacayos. Si al Presidente no le gusta, no es mi problema, pero reconozco que ni siquiera sé de un caso ajeno a mí en que López Obrador haya intervenido para coartar la libertad de expresión.
¿No se debe repensar el modelo de negocio de los medios para depender menos de la publicidad oficial?
—Lo están haciendo, pero me parece muy sucio que el destino del dinero público lo determinen unas cuantas personas. Eso debería estar regulado, pero no se hizo nunca. El seguimiento crítico a los presidentes lo ha hecho la prensa siempre. Es una falacia que haya sido el presidente más atacado desde Madero. Si Madero, Lincoln y Napoleón Tercero fueron criticados... ¡qué bueno! Para eso se subieron al tablado.