El caos reinó ayer desde las 04:00 de la mañana en la Cámara de Diputados, hora en la que los trabajadores del(PJF) empezaron a bloquear las entradas para evitar que los legisladores oficialistas sesionaran y avalaran la del presidente Andrés Manuel López Obrador... y sus únicos acompañantes fueron los granaderos, que fracasaron en su intento de contener a los manifestantes.

Ahí empezó el desorden. Ante la derrota mañanera, el coordinador guinda les pidió serenarse, por medio de redes sociales, y anunció la búsqueda de una sede alterna para evitar confrontar las peticiones de los trabajadores judiciales.

Al filo de las 10:00 de la mañana, tras haberse reunido con algunos diputados en un hotel para planear cómo darle la vuelta a las suspensiones dictadas por dos jueces y a las protestas ciudadanas, anunció que sesionarían en la Sala de Armas del Deportivo Magdalena Mixhuca.

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Sólo media hora después empezaron a llegar a la puerta 6 de Ciudad Deportiva decenas de camionetas machuchonas de alta gama, ante las miradas confundidas de quienes se aprestaban a tomar sus clases de yoga, que finalmente fueron canceladas porque las canchas de basquetbol se convirtieron en una deficiente sede del Congreso de la Unión.

Ante la impaciencia de sus correligionarios, que manifestaban su incomodidad por el lugar y el calor acumulado en la cancha cerrada, el coordinador de la bancada guinda en San Lázaro, Ricardo Monreal Ávila, les dijo: “Piensen que estamos construyendo patria”.

A las 16:10 horas se inició la sesión improvisada en un espacio diseñado para justas de basquetbol y voleibol, utilizado a veces para realizar conciertos de reguetón y que incluso resultó empleado como módulo de vacunación contra el Covid-19 durante la pandemia, pero nunca para que el Congreso decidiera el futuro del país.

La “sede espuria”, como la llamó el diputado panista Héctor Saúl Téllez, tenía un espantoso eco que —por momentos— convirtió los discursos de los legisladores en sonidos guturales inentendibles.

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La reforma al Poder Judicial se aprobó en un salón de usos múltiples, donde las y los diputados sesionaron resguardados por vallas y granaderos.

Diversas mociones suspensivas fueron desechadas, una a una, en votación a mano alzada y con el mínimo esfuerzo de la mayoría oficialista. “Sin justicia no hay igualdad”, rezaba una lona que desplegaron los panistas que acompañaron a la diputada Paulina Rubio durante su discurso en contra de la reforma al Poder Judicial.

También compararon al Tribunal de Disciplina, que se creará con la reforma, con los que impuso Antonio López de Santa Anna en el siglo XIX, y que desde “tribuna” el diputado Germán Martínez (PAN) llamó “Satanismo judicial”, mismo que, recalcó, está lejos del Juarismo que pregona Morena.

La respuesta vino más tarde de Monreal Ávila, quien dijo que la “dictadura de la toga y el birrete” no tiene cabida en el proyecto nacional que impulsa su partido.

Aunque los asesores no dejaban de repartir frituras, galletas, agua, fruta y refrescos, a las 20:00 horas un miniejército de meseros empezó a instalar mesas para servir la cena en la cancha de basquetbol contigua.

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Todavía no habían terminado de poner los manteles cuando decenas de diputados ya ocupaban las mesas, dejando al fondo, lejos, el gutural sonido molesto que salía del sistema de sonido improvisado.

Mientras, la guerra de porras también jugaba su papel, entre “¡somos la resistencia!” de los panistas y el conocido “¡es un honor estar con Obrador!” de los morenistas, los oradores agotaban sus cinco minutos al micrófono, sin mayor resultado que el aplauso de sus compañeros.

Así, uno a uno, fueron pasando los diputados de la oposición para clamar que se desechara la elección popular de ministros, magistrados y jueces, ante el hermetismo de los oficialistas que sólo esperaban la oportunidad de estrenar su aplanadora.

A los diputados de Morena y sus aliados se les olvidó la sugerencia que les hizo la presidenta electa Claudia Sheinbaum la semana pasada, durante su reunión plenaria: “Que no se vulnere ninguna fase y no nos precipitemos”.

Al final se presentaron más de 600 reservas y ni protestas ni amparos vigentes lograron frenar la aprobación de la reforma judicial. Se avaló en sólo una sesión, con los legisladores protegidos por granaderos y atrincherados en una cancha de basquetbol.

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