El deceso del escritor, académico e historiador Adolfo Gilly, a la edad de 94 años, se dio a conocer la noche del martes a través de redes sociales, donde sus colegas y amigos lo despidieron.
Gilly, uno de los historiadores más relevantes de la realidad latinoamericana, es considerado, también, uno de los grandes intelectuales que teorizó sobre la Revolución Mexicana a partir de su propia formación política.
Un hecho fundamental que se remonta a sus años de juventud estuvo relacionado estrechamente con su interés por la Revolución: su militancia temprana en la Cuarta Internacional de Argentina —organización que aglutinaba partidos comtunistas y cuya mayor inspiración fue León Trotski— le costó el encierro, al llegar a México, en la cárcel de Lecumberri, donde permaneció entre 1966 y 1971.
Esa experiencia, en la que su trayectoria intelectual y su vida del día a día se empalmaron, fue el detonante de una de sus obras más conocidas: La revolución interrumpida, escrita en el tiempo que estuvo en reclusión.
Más allá del ámbito mexicano, los movimientos insurgentes en Nicaragua y El Salvador, así como la globalización, fueron otros de los sucesos de estudio que más le interesaron a Gilly.
Gilly nació en Buenos Aires, Argentina, el 25 de agosto de 1928 y se formó en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, de la que se graduó a los 18 años.
Dos años después concluyó la licenciatura en Procuraduría de Justicia en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Otro momento importante de su formación académica se dio muchos años después, en 1994, ya en México, con el doctorado en Estudios Latinoamericanos que cursó en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
También destacó por su amplia trayectoria como maestro visitante en instituciones estadounidenses de Berkeley, Columbia, Stanford y Yale, por sólo mencionar algunas. Fue entre las décadas de 1940 y 1950 cuando empezó a estudiar a fondo la economía e historia de América Latina, hecho que lo llevó a distintos viajes por el continente en los que impulsó publicaciones de carácter trotskista hasta desembocar, inevitablemente, en la Ciudad de México, donde como es sabido Trotski resultó asesinado.
Entre los muchos premios y reconocimientos que recibió se cuentan la Beca Guggenheim en 1989 y la Edward Larocque Tinker Visiting Professorship en más de una ocasión.
Al margen de su vocación académica, Gilly estuvo en contacto con el Subcomandante Marcos y fue consejero de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano en los tiempos en que éste fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México (1997-1999), prueba de que sus ideas políticas fueron firmes a lo largo de su vida.
En redes sociales, el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) lamentó la muerte de Gilly, a quien describió como “formador de generaciones de historiadores y entrañable amigo de este instituto”.
“Su legado e investigaciones quedarán en las generaciones formadas con su pasión por la historia de México”, escribió la secretaria de Cultura federal, Alejandra Frausto Guerrero, en su cuenta de Twitter.
Cuauhtémoc Medina, curador e historiador de arte, escribió que Gilly fue “uno de los faros de un radicalismo que entendía la militancia, como buen heredero del trotskismo, como una mezcla exacta de honestidad política, complejidad intelectual y sensibilidad amplísima”.
“Adolfo Gilly fue un militante revolucionario que desconfió de la ortodoxia, escribió obras de historia perdurables, transitó hacia la democracia. Un alma noble y coherente”, fue la declaración con la que Enrique Krauze se sumó al pésame por la partida del historiador y escritor.
Claudia Sheinbaum; Jenaro Villamil, titular del Sistema Público de Radiodifusión; Rafael Barajas; el Museo Nacional de Historia de México Castillo de Chapultepec y Diego Prieto, titular del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), también lamentaron el fallecimiento del historiador y profesor de la UNAM.