La comunidad LGBT+ adulta y de la tercera edad fragmenta su vida para ejercer dignamente su identidad de género y en un país que, aunque apuesta por la progresividad de los derechos de la juventud diversa, castiga con rechazo a personas de más de 50 años que se expresan libremente.

“De los 50 para arriba cuesta mucho trabajo abrirse. Hay miedo. La sociedad piensa que el deseo sexual se acaba, que no podemos elegir nuestros pronombres, que en la comunidad no caben adultos o ancianos con libertad de salir del clóset.

“Vivimos nuestra vida en fragmentos. Hay una parte escondida que nadie sabe, porque muchas personas mayores son uno en su trabajo, otro en su familia y en los jóvenes se acepta esa apertura a su libertad de elegir, pero nosotros también tenemos derecho a jotear, salir del clóset y ser diferentes”, dijo Vincent Schwahn, hombre homosexual de 65 años.

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Vincent, sacerdote anglicano nacido en Estados Unidos que hoy es residente naturalizado de México, primero fue rechazado por su familia, luego por seminaristas que lo estigmatizaron por ser gay.

Llegó a México en 1984, época dura para las personas LGBT+, quienes, por el contexto social de la guerra sucia, padecieron la represión violenta de la sociedad y autoridades. Así, decidió que desde su vocación religiosa trabajaría con comunidades marginadas para crear un espacio seguro que actualmente es la Casa Koinonia Osb.

“Viví las redadas de los 80. Apagaban las luces, la música y nos reprimían”, recordó. Y si bien hoy su generación no es víctima de maltrato físico, sobrevive a las agresiones verbales y sicológicas de quienes no conciben que la población de más de 50 años también puede ser lesbiana, transgénero, homosexual u otro sector.

A la sede de la ONG, asentada en la Ciudad de México, acudió una doctora transgénero que está en el periodo de transición.

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Además de los prejuicios y rechazo familiar, se enfrentó a problemas laborales por su identidad; una falda y una diadema determinaron su despido de la farmacia donde laboraba. Ha sido discriminada por su propia familia y en la calle con miradas y comentarios por su apariencia.

Como esta historia, Vicent y Luis Rivera, voluntario de la asociación, reciben cada semana entre 20 a 25 personas en búsqueda de apoyo cuya situación familiar, laboral, económica y hasta espiritual es complicada debido a los prejuicios impuestos sobre adultos y personas de la tercera edad que salen de la norma.

“Muchos no tienen familia, (…) viven en la precariedad social. Trabajan vendiendo en la calle, con trabajo sexual o subsisten por las pensiones del gobierno que rondan entre los mil pesos mensuales y con eso tienen que sobrevivir. Son discriminados en todas las áreas de su vida”, describió Luis.

La “represión invisible”, como le llama Vincent, condena a la gente LGBT+ mayor de 40 años a ni si quiera profesar alguna religión debido a que no se sienten incluidos por la creencia de que tener una orientación diferente a la heterosexual es pecado.

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A Casa Koinonia Osb asisten personas LGBT+ que mientras están ahí no tienen que ocultarse, pues pueden ser quienes quieran, en libertad, sin ser lastimados por la profunda creencia social de que al llegar a la vejez deben mantenerse en la norma de identidad.

“Los adultos y personas de la tercera edad también tienen derecho a florecer. Hay que trabajar muy duro culturalmente para abrir el tema de la sexualidad sana y abierta, hay que romper esquemas sociales y sobre cómo cada quien decide vivir su vida”, expresó Vincent.

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