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La paleta con el número 13 se levanta una y otra vez. La apuesta del posible comprador es por el Lamborghini Murciélago que remata el Servicio de Administración y Enajenación de Bienes (SAE) en Los Pinos.

Ese hombre se aferra y vuelve a levantar la paleta; dice: “Por mil pesos más”. Entonces la mujer que lleva la puja lanza un regaño: “Señores, les recuerdo las reglas, las ofertas las hace el martillo, no puedo subir de mil en mil”.

Él quiere el auto y logra adquirirlo en un millón 775 mil pesos. Le vendieron un vehículo, incautado por la Fiscalía General de la República (FGR), sucio, sin tapones, con los asientos roídos y sin llaves.

Cuando se ubica al hombre del Lamborghini, él duda en dar una entrevista, pero accede. Roberto López dice que le tomará al menos dos años embellecer uno de los coches más cotizados de la subasta.

El comprador se queja de los precios: “[La puja] se fue muy arriba. Los carros están elevados del precio comercial y, la verdad, dos se vendieron sólo por ser muy exclusivos”.

El dueño de 360 Motors, una empresa de autos de lujo seminuevos en Morelia, asegura que tendrá que solicitar un crédito para arreglar el vehículo que tenía una oferta inicial de un millón 472 mil pesos.

Por seguridad, ninguno de los otros compradores quiere dar entrevistas, ni siquiera quien se llevó el tan comentado vocho de 10 mil pesos, en 65 mil.

Algunas personas que se van con las manos vacías acusan que los precios no son de subasta, y comentan el mal estado de los coches.

“La organización es muy buena, pero hay algunos coches muy buenos; otros, no tanto. Varios precios se fueron más altos que afuera”, dice Juan Carlos Ortíz.

Fue la primera vez que él participó en una subasta orga- nizada por el gobierno federal, y no se llevó ningún carro.

Las personas pasan entre los autos y se fotografían a su lado, mientras que los niños trepan las dos camionetas tipo tanque que donó el gobierno de Jordania a México, que ocupará la Guardia Nacional en su trabajo.

A las dos de la tarde, la gente comienza a dispersarse. Los gritos de la subasta amagan con desaparecer mientras Mauricio, de 19 años, asoma a un niño a ver por dentro la camioneta Ford Shelby F150, modelo 2016, en el cual se transportaba un líder del Cártel del Pacífico.

“A mí sí me gustaría tenerla, está súper padre”, dice y son- ríe. En ese momento, el sol está a pleno y la camioneta del narco se vende en un millón 900 mil pesos.

Los asistantes que no compraron nada se van inconformes, los que han ganado se llevan autos sucios, listos a volver por más.

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