La reforma judicial impulsada por el presidente significa la “politización del sistema judicial”, es “perjudicial para la inversión” e implica la probabilidad de que el crimen organizado se involucre. Sin embargo, México puede pagar el precio ya no “con una revisión del T-MEC”, sino con una “renegociación”, en la que, por primera vez, Canadá se alinee con Estados Unidos y no con México, advierte, en entrevista con EL UNIVERSAL, Ryan Berg, director del Programa de las Américas y responsable de la Iniciativa sobre el Futuro de Venezuela en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).

Berg, autor del artículo “ y el bloque norteamericano, si podemos mantenerlo”, señala que, detrás del empeño en la reforma judicial una “venganza” de López Obrador ante el único poder que lo ha enfrentado.

P. ¿Cuáles son los riesgos que ve en el Plan C del presidente López Obrador y específicamente la reforma judicial?

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R. Veo dos como los mayores riesgos. En primer lugar, está la advertencia de la comunidad empresarial, que está preocupada por la politización potencial del país, del sistema judicial, principalmente por la forma en que los jueces serán aprobados por el Congreso, que tiene mayoría de MORENA. Todos sabrán, cuando los jueces compitan por el cargo, en las largas listas de candidatos que probablemente habrá, quién está afiliado con quién. Y hemos visto en algunos países, incluyendo Estados Unidos, para cargos estatales o jueces locales, cómo el partidismo, la politización en el proceso no conduce al mejor resultado posible.

Creo que será perjudicial para la capacidad de México para recibir más inversión si, con el paso del tiempo, se ve al sistema judicial como altamente politizado.

Lo segundo que nos preocupa más es algo que hemos visto desde hace muchos años en México, pero que ha ocurrido con más intensidad en los últimos años: el involucramiento del crimen organizado en las elecciones. No creo que haya alguna razón para creer que no ocurrirá lo mismo en la elección judicial.

El ejemplo más extremo serían jueces que abiertamente apoyen a grupos o facciones particulares. No sería diferente de otras elecciones en México.

P. Estados Unidos y Canadá han advertido de estos peligros, pero López Obrador defiende que la reforma judicial terminará con la corrupción en el sistema judicial. ¿Es así? ¿Cuáles ven ustedes como las razones detrás de esta reforma?

R. Es parte del proyecto político que el presidente tiene para rehacerlo, de transformarlo hacia la imagen que a él le gustaría ver. El problema, desde nuestra perspectiva, es que parece menos plural, menos democrático, menos abierto a la oposición en la política.

La oposición tiene muchos problemas en México, y no es perfecto. Pero estas parecen ser maniobras menos democráticas, considerando que ya controlan la Presidencia, con un nivel histórico de votos, tienen supermayoría en la Cámara de Diputados y están a un chapulín de tenerla en el Senado. Han capturado muchas instituciones políticas desde que López Obrador está en el cargo. Lo que queda es el poder judicial. Creo que hay un poco de venganza personal de López Obrador en esto. La institución que ha frenado que se aprueben leyes, ideas ambiciosas de la 4T, son las Cortes.

Para él, la corrupción y el poder judicial tiene que ver con esa idea de que hay una clase oligárquica, conservadora que busca frenar sus leyes clave. Como hemos visto en muchos casos con López Obrador, es el diagnóstico correcto, la medicina incorrecta.

El poder judicial podría requerir una reforma, pero no ésta. Y el problema es que López Obrador es un político brillante, así que si no apoyas esta reforma, te ves forzado a defender el estatus quo. Y a los mexicanos no les gusta el estatus quo. Si eres la oposición te ves obligado a defender el estatus quo y el estatus quo es el problema.

P. ¿Ve similitudes entre lo que pasa en México y lo que ha ocurrido en Venezuela?

R. Creo que las instituciones son más robustas que las de Venezuela. Venezuela es un régimen aparte. [El presidente Nicolás] Maduro está completando el camino hacia un gobierno autoritario. México está muy lejos de eso, pero podría estar moviéndose a un punto en el límite entre la política democrática y consolidar el proyecto hegemónico que no es abierto.

No podemos decir que México se dirige hacia lo que es Venezuela porque no sabemos cómo va a gobernar Claudia Sheinbaum. La gran pregunta es si este movimiento puede continuar más allá de López Obrador.

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P. ¿Por qué el presidente estadounidense, Joe Biden, no está hablando en voz alta sobre esto?

R. El embajador (Ken Salazar) envió una carta, finalmente, un poco tarde, pero la envió. Creo que el presidente, por un lado, está distraído por la campaña. Por el otro, el mundo es un verdadero desastre. Está distraído con Ucrania, con el conflicto en Gaza.

México no está alto en su radar, y creo que sus asesores le han dicho que entre más se pronuncie sobre la política interna mexicana, menos obtendrá la cooperación de México en el frente migratorio. Y la migración es clave en el primer punto que mencioné. Biden quiere asegurarse de que Kamala Harris sea elegida presidenta para asegurar su legado.

Y quizá cree que la carta de Salazar es suficiente. Quizá no piensa que necesita decir algo.

P. ¿Ese silencio es sostenible?

R. No, creo no lo es. Lo que pasa en la política doméstica de Estados Unidos importa a México y lo que ocurre en la política. De eso se trata ser vecinos.

Ahora bien, no interferimos en la política el uno del otro, pero es un argumento sospechoso que López Obrador diga que esto es un asunto doméstico. Estados Unidos es el mayor inversionista en México, y México es el socio comercial más grande de Estados Unidos. Si la reforma afecta el dinamismo económico de México, claro que es importante para Estados Unidos, porque ponemos muchos alivios fiscales e incentivos económicos para el nearshoring también. Si México se convierte en un destino de nearshoring menos atractivo para las compañías, importa mucho.

Este paquete de reformas (el Plan C), más que cualquier otra cosa en la administración de López Obrador, que puede transformar cómo se ve México, ha evidenciado el precio que pagamos por no poner atención a las muchas cosas que están ocurriendo en la política doméstica de México, en aras de tener una mayor cooperación migratoria. Es un precio muy alto a pagar por una aplicación de la ley de inmigración que es muy desigual (en México).

P. ¿Qué otras consecuencias, además de la afectación al nearshoring puede tener la reforma judicial?

R. Con el tiempo, conforme el ambiente de negocios de México se degrade, podría invitar a diferentes tipos de actores a invertir en el país. Actores que son menos democráticos, cuyas compañías se sienten bien invirtiendo en países que no tienen un estado de derecho fuerte, o donde el sistema judicial está politizado. Habrá que ver. Si México elige jueces brillantes y el sistema funciona perfectamente bien, estaré contento de haberme equivocado. Pero no tengo mucha esperanza de que funcione.

Para compensar la reducción de inversiones con la reforma judicial, podrían entrar otros actores, podríamos ver más inversión china, turca, de Medio Oriente…

P. Pero ese tipo de actores encenderían las alertas de Estados Unidos…

R. Las inversiones chinas ciertamente encenderían las alarmas. Y México va a pagar por eso, en el proceso de revisión del T-MEC en 2026. Y no será por las inversiones chinas, sino por cómo Estados Unidos se sienta acerca del trato prejuicioso a las compañías de Estados Unidos. El riesgo es que la revisión se convierta en renegociación. Y eso no es bueno para ninguno de los países. Una renegociación en la que, por cierto, Canadá podría alinearse con Estados Unidos. Mi sensación es que México podría crear una realineación, una nueva alianza, como vimos con las cartas (de Canadá y Estados Unidos a México), que llevaron a López Obrador a declarar una “pausa en la relación”, lo que sea que eso signifique.

Antes de la reforma judicial eran Canadá y México contra Estados Unidos, tratando de resistir lo más posible en las discusiones sobre hacer cambios al acuerdo, ahora Canadá podría alinearse con Estados Unidos si siente que la reforma judicial afecta la operación de sus compañías.

P. ¿La democracia en México está en riesgo?

R. Hemos visto cómo con López Obrador ha habido un retroceso, pero antes de él la democracia no era perfecta. Pero, si bien el retroceso no es bueno, no se trata de eso. En Estados Unidos también tenemos un retroceso. Se trata de que las reformas parecen ir en una dirección menos plural, menos abierta a los partidos de oposición, a la idea de que debe haber más de un grupo político dominante. Es la tendencia más preocupante.

Podríamos dirigirnos a un mundo en donde Morena se convierta en el partido político dominante y que no haya espacio para otros partidos políticos.

P. ¿Hay esperanza de que con Claudia Sheinbaum haya cambios positivos?

R. No tengo esperanza alguna de que Sheinbaum vaya a detener la reforma judicial. Ella ha sido muy clara, ella apoya la reforma.

Sin embargo, hay esperanza de que con ella mejore el tono de la conversación; es decir, estamos contentos con las elecciones que ha hecho para los puestos del gobierno; confiamos en que habrá en que será más previsible, más estable; a los ministros del gabinete se les permitirá hacer su trabajo.

Pero los retos siguen ahí; la seguridad va a ser un tema importante; también el narcotráfico, la migración, la economía, pero, con suerte, se permitirá a los funcionarios hacer su trabajo de un modo que me parece no ocurre con López Obrador. Y que podamos tener diálogo con nuestra contraparte.

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Creo que México podría decir lo mismo acerca de Donald Trump. El presidente se despertaba y decía: “Esta será la política” y todos se enteraban en Twitter.

P. ¿Cómo pueden cambiar las cosas si Kamala Harris o Donald Trump ganan la presidencia de Estados Unidos?

R. Los temas no cambian, son los mismos, pero cambia la forma como se abordan. Trump asumiría una postura fuerte, frontal. Puede usar el comercio, los aranceles, y podría amenazar con salirse del T-MEC.

Si es Kamala, creo usará los mismos puntos de presión, pero sería más diplomática. El mensaje sería silencioso, a través de un canal privado, lo contrario de lo que, anticipamos, sería una administración Trump. Será una diferencia de estilo, más que de sustancia.

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